La nueva cita electoral del 26J se desarrollará en un contexto macroeconómico de moderada ralentización de las perspectivas de crecimiento, con el 21% de los trabajadores en paro y con unos niveles de desigualdad y precariedad laboral inaceptables.

Una de las cosas que preocupa estos días a los españoles es la posibilidad de subir el salario mínimo. Parece que la patronal empresarial está dispuesto a negociarlo aunque con condiciones, algunos partidos lo llevan en sus programas políticos y los sindicatos exigen que se eleve hasta los 950 euros mensuales. Consideramos que hay que subir el salario mínimo, actualmente en 650 euros mensuales, ya que esta subida ayudaría a empujar la productividad.

Durante la crisis se ha producido un ajuste por cantidades en vez de por precios. Es decir, mediante la destrucción de empleo en vez de con recortes de salarios, uno de los elementos en los que debe mejorar el mercado laboral. Los contratos indefinidos son mejores, pero los temporales son muy altos por lo que hay algo ahí que no está funcionando, hay que salir de esa dinámica y hacer más probable que se generen empleos fijos. Debemos apostar por un número de contratos más reducido, con un contrato temporal causal y un contrato en prácticas que fomente la contratación indefinida.

Las empresas grandes son tan productivas como las de Alemania, las empresas pequeñas lo son mucho menos, al tiempo que representan una mayor parte del empleo y el tejido empresarial. Este fenómeno, que se produce en todos los sectores de la economía, dificulta también el acceso a la financiación, que muchas veces va a las más grandes y se refleja en la dualidad del mercado laboral: las empresas más pequeñas tienen más trabajo temporal, con una alta rotación.

Al margen de las cábalas ante posibles pactos postelectorales, resultará determinante el contexto económico con el que tenga que manejarse un hipotético nuevo gobierno, y con ello su posible margen de maniobra. A priori el momento aparenta ser relativamente propicio. La economía española aún se recupera de la crisis, pero once trimestres consecutivos de crecimiento han dejado atrás la recesión. El paro sigue muy elevado, pero el ritmo de creación de empleo se mueve a tasas no vistas desde antes de la crisis.

Sin embargo, las bases que cimientan ese ciclo moderadamente favorable quedan lejos de ser estables. La aparente bonanza, la economía española esconde importantes desequilibrios, tanto internos como externos sin resolver. Los primeros lastran la capacidad de recuperación, mientras que los segundos desvelan su vulnerabilidad y restringen el margen de maniobra de los poderes públicos.

El más importante, y por tanto el más abandonado hasta ahora por el Gobierno es el triángulo desempleo-pobreza-desigualdad. Estamos ante el período donde por más tiempo se mantiene una tasa de paro superior al 20% de la población activa (actualmente está en el 21%). Esa cronificación deja sus secuelas, con el drama de que casi la mitad de las personas desempleadas no tengan ya acceso a ningún tipo de ayuda. Asimismo, 1.610.900 hogares tienen a todos sus miembros en paro, 55.000 más que el trimestre anterior. Y eso pese a la recuperación.

Ante tal escenario no es de extrañar que el nivel población en riesgo de pobreza y exclusión social haya escalado hasta el 29,2%. O más preocupante si cabe, que más de uno de cada tres menores de 16 años (el 35,4% del total) se vea en dicha situación. De igual modo, la concentración de la renta (que ya era alta durante los años de euforia) se ha incrementado hasta niveles sólo superados en la UE por Bulgaria, Chipre y las repúblicas bálticas.

La economía, al final, crece porque la gente consume, es decir compra. Esta teoría se basa en que el crecimiento de la economía se debe a que los salarios crecen, algo que, además, en algunos casos va unido a mecanismos de innovación, lo que aumenta la productividad del trabajo sin la necesidad de aumentar los precios y perder competitividad.

En España la relación entre productividad y salario no es buena. El nivel es muy bajo. Como gobierno o como empresa, tiene que haber un plan de acción para aumentar los salarios. Hay que elevarlos, pero también hay que ser innovador y atractivo. Las empresas españolas y el país tienen que invertir en la innovación y en la productividad para poder así aumentar los sueldos.

Está claro que no todas las empresas están en situación de subir los salarios de sus empleados, algunas por lo que se les adeuda, otras por lo que deben, y otras por una conjunción de ambos motivos. De modo que esas empresas tienen excusa para no subir los salarios, cerca de ellas están las que apenas consiguen cubrir gastos, pero hay algunas empresas (sí, las hay) que están teniendo beneficios.

Si se extiende esa práctica a todas las empresas que puedan hacerlo, poco a poco se irá reactivando el consumo (al elevarse el poder adquisitivo) y aumentará la confianza de los consumidores.