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Desde mi terraza

Deserción

El 21 de junio comienza, como se sabe, el verano. El 21 de junio, uno años atrás, se celebraba en Alicante el arranque de Les Fogueres de Sant Joan con la conocida como la Entrada de Bandas en un recorrido musical por la Rambla, acompañando a las belleas y damas de los distintos distritos fogueriles; era el arranque oficial de las fiestas alicantinas, y preámbulo de tres días de música, petardos y jolgorio. Era también el día en que un servidor reunía a muchos amigos en mi terraza, en la que celebrábamos el día de San Luis, es decir el día de mi Santo que guardo en mi retina y en mi memoria como una fecha feliz. Y muchos años atrás, yo mismo me zambullía de lleno en los festejos en los que la pandilla de amigos baílábamos en las plazas que empezaban a contratar conjuntos musicales para amenizar las noches de fiesta a los vecinos. Como en tantos otros aspectos, hoy las fiestas han cambiado mucho, arrancan dos fines de semanas antes, y la marea humana invade la ciudad con mayor antelación.

Me duele decirlo, pero hoy las fiestas del fuego se han convertido en las fiestas del alcohol,protagonista principal de la diversión de quinceañeros -de esa edad en adelante- que toman literalmente la ciudad en una especie de culminación de los hábitos practicados durante todos los fines de semana del año. Las fiestas mantienen la esencia, el espíritu y el programa tradicional; pero ya nada es como antes. Y esto no es ni bueno ni malo, simplemente «es».

Y aquí me tienen, en una playa de la costa valenciana, en una deserción buscada y asumida desde hace unos años, en una actitude de claudicación y huida de unos festejos de los que ya no formo parte, por edad, por situación física y porque como es lógico el cuerpo ya no me pide fiesta... o al menos no tanta! Así que soy un desertor, pero ni critico ni quito valor e importancia a unas fiestas populares, para las que miles de personas llenas de ilusión trabajan con ahínco durante todo un año; simplemente ya no van conmigo. Así que, con el telón de fondo del monte Montgó, el macizo calizo de 800 metros que es seña de identidad de la franja entre Dénia y Xàbia, escribo desde la playa del pueblo valenciano de Oliva, residencia fija de amigos entrañables, y mi refugio hasta mi regreso a Alicante en la tarde de San Juan para ver desde el salón de mi casa y a escasos metros del castillo de Santa Bárbara, la Palmera que durante tres segundos ilumina la ciudad entera, dando paso al fuego que llena la noche alicantina, quemando los monumentos de cartón que han mostrado durante cuatro días lo malo (y algo de lo bueno) que durante el año ha protagonizado la vida social alicantina.

Miren por dónde este año ha coincidido el inicio de las fiestas con la primera derrota de la selección española de fútbol, que cayó imprevisiblente ante el equipo croata al que se había subvalorado, en esa competición europea que levanta pasiones entre los españoles, al igual que en todos los países europeos, y también con repercusión mundial. Que el capitán de «La Roja», Sergio Ramos, fallara un penalti se convirtió en tragedia nacional. Lo que viene a constatar que los dioses, como los humanos, también fallan alguna vez. Y es probable que la derrota suponga una cura de humildad para la escuadra española, que nunca viene mal y que es un aviso para que los dioses del estadio se empleen a fondo en lo que queda de competición, que es bastante. Y después del fuego... la quema? Pues el domingo a votar, o mejor dicho -en palabras de un buen amigo- a «revotar», aconsejándome que por favor lo haga bien, no vaya a ser que me quede para septiembre.

La Perla. «Si piensas que perderás, estás perdido, pues el mundo nos enseña que el éxito empieza en la voluntad del hombre... Todo está en el estado de ánimo» (Napoleon Hill, escritor norteamericano especialista en autoayuda).

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