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Mentiras y silencios

El referéndum de mañana no es como el pasado en Suiza sobre la renta mínima garantizada, asunto que obtuvo un aplastante rechazo. El de mañana en el Reino Unido fue difícil de predecir mientras pareció que las distancias entre el «sí» y el «no» eran tan pequeñas que las muestras, se obtuvieran como se obtuviesen, no podían reflejar la realidad de la opinión británica. Por eso las encuestas fueron proporcionando una aparente volatilidad del electorado cuando, en realidad, lo que reflejaban era la dificultad estadística de encontrar la tendencia real. Sobre la mesa han estado las razones para una y otra opción explicando las (supuestas) consecuencias que cada una de ellas tendría para el votante, para su país, para la Unión Europea y hay quien ha añadido «para toda la economía mundial».

Digo «supuestas» porque hace un par de semanas un artículo en The Guardian se titulaba con un «¿Cómo confiar en lo que nos dicen los políticos? Ya nos han mentido antes». Y no trataba sobre España (de eso, después) sino del Reino Unido. El articulista enumeraba las mentiras de lo que antes aquí se llamaba «la casta» y ahora se tendría que volver a llamar «clase política». Para el ciudadano de a pie, aceptar una u otra serie de (sospechosas) consecuencias era cuestión o de fe (creer en lo que no se ve) o de confianza (me creo lo que me dicen «los míos»).

El citado periódico, ese mismo día, incluía un reportaje sobre Holanda en el que constataba cómo los holandeses habían perdido la fe en la Unión Europea en una tendencia que parece ser creciente en lo que fue la UE. Lo que se pudiera decir desde Bruselas sobre el «Brexit» es evidente que no va a influir mucho en el votante de mañana. Eso sí, pueden, como bien sabemos, poner multas y recortar ayudas y subvenciones, pero eso es una afirmación de poder, no una trasmisión de conocimiento sobre la bondad o maldad de pertenecer a tan distinguido club de caballeros.

Para nuestra desesperación, coincidía un número de The Economist incluyendo un demoledor reportaje sobre la libertad de expresión en la Unión. Libertad decreciente, por supuesto, ya que, si no, no sería noticia. Por cierto que, entre los dichos allí, se incluía esta frase que traduzco a mi manera: «ETA abandonó las armas en 2011 y, sin embargo, el número de españoles acusados de apología del terrorismo se ha multiplicado por cinco desde entonces». Una referencia a la «ley mordaza» no habría estado de más ya que se enmarca en esa tendencia general que detecta la revista (añado que no es una revista «anti-sistema», sino todo lo contrario; por ello he vuelto a estar suscrito a ella).

Un último apunte: el avance de resultados que publicó el CIS por las mismas fechas de junio, al margen de no dar todavía datos sobre intención de voto, sí seguía mostrando, entre otras cosas (algunas un tanto peregrinas), el pesimismo de los encuestados sobre la situación política y perspectivas de futuro, volviendo a poner a «los/as políticos/as en general, los partidos y la política» entre los principales problemas que afectaban al país. La antigua «casta», hoy de nuevo «clase política», seguía siendo un problema para los que respondían a quien les encuestaba.

Elucubrando a partir de estos brochazos: la casta/clase política es un problema dada su propensión a mentir y dado que, a pesar de las dificultades con la libertad de expresión, tarde o temprano acabamos dándonos cuenta. Comprensible la desconfianza en general y, en concreto, la desconfianza hacia la casta de Bruselas, tan clase política como la del resto pero que no es objeto de votación por parte de los que sufren sus dictados.

Claro, estamos en otra campaña: la del domingo. Tal vez se le pueda aplicar lo dicho sobre el «Brexit», en particular lo de que «si nos mintieron, es muy probable que nos vuelvan a mentir». En algunos casos es evidente: prometieron una cosa que era a todas luces imposible de cumplir y, evidentemente, la incumplieron. Como ahora. Pero también se aplica lo expuesto a la fea costumbre que tienen (las hemerotecas y las videotecas son crueles al respecto) de decir cosas contradictorias a lo largo de poco tiempo de modo que o mienten cuando dicen A o mienten cuando dicen no-A. No hace falta que hayan estado en el poder (aunque ahora todos, más o menos, han tocado el asiento del sillón correspondiente), basta con que hayan hablado. Hasta agotar a las piedras.

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