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El alcalde «anti»

Ser un «anti», destinar gran parte de la vida a arremeter contra una idea, persona o territorio, no sólo debe resultar agotador, sino peligroso: todo lo que esa persona hace se orienta a avivar el conflicto en vez de a resolverlo, porque sólo la preservación de la bronca contra el antagonista da sentido a su existencia. Por supuesto, hay excepciones a la regla: está bien ser «antitotalitario», «antimachista» o «anticambio climático». Pero por fortuna en la mayoría de los ámbitos de este mundo es mejor sumar que confrontar. Sobre todo si uno lidera una institución que representa a muchos ciudadanos. Por ejemplo, si uno es un alcalde. Por ejemplo, de Alicante.

Después de armarla con su famoso tweet de la bufanda «soy antielchero», Gabriel Echávarri matizó que quien viera en sus palabras un ataque a Elche es que no le conocía. Puede ser. Pero ese mensaje, que presentó rodeado de emoticonos de risa, bromeando sobre si un alcalde podría adornar su cuello con tal prenda y asegurando que así evocaba tiempos de juventud, fue un inmenso error. Buena prueba es que a las pocas horas tuvo que pedir disculpas. Echávarri se comportó de esta forma pese a que en una entrevista concedida a este diario aseguraba que trabaja para mantener buenas relaciones con la ciudad vecina (bonita forma de demostrarlo) y confesaba que se arrepentía de otros tweets anteriores igual de extravagantes que ya le han causado una multitud de problemas, incluidas peleas estilo patio de colegio con sus socios de gobierno. Defender la tierra propia atacando la ajena es de una puerilidad extrema, no aporta ni una sola idea original y no mejora la capacidad discursiva que ha mostrado de momento Echávarri durante su mandato.

Uno tiene la sensación de que por muchos actos de contrición que haga el alcalde alicantino, esa forma que tiene de vivir instalado en el exagerado jaleo permanente y la tesitura altisonante no sólo esconde un carácter impulsivo, que por cierto también lamentó en la citada entrevista, sino algo más profundo, una estrategia basada en cierto populismo que nunca frena porque no le conviene: si hay que animar al Hércules en su viaje a Cádiz mejor hacerlo a lo grande, con ruido, con mucho ruido, para que todo el mundo perciba -y memorice- que no hay nadie más comprometido con el herculanismo que él. Aunque eso implique disculparse después ante el munícipe ilicitano, Carlos González o ante quien sea. Que para eso siempre hay tiempo.

Lo más preocupante de todo es que el edil del PSOE se tomara el asunto como una broma. El fútbol tiene ya antecedentes que demuestran que no habría que frivolizar con estas cosas. Máxime cuando se trata de un juego maravilloso en el que además de animar al Hércules como lo anima toda su impresionante y sufrida masa social -el munícipe ya había anunciado que viajaría al Carranza y eso está muy bien-, se debe respetar al contrario y al enemigo. Al que no piensa como uno. Que es lo que enseñan en las escuelas. Que es lo que debería hacer un alcalde.

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