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Juan José Millas

Asentidor profesional

La campaña electoral perpetua ha consagrado la figura del asentidor. Cuando habla el líder, como el marco de la imagen televisiva deja margen, se sitúa a su izquierda un compañero de partido y chupador de cámara que pone cara de escuchar atentamente y cabecea su acuerdo con cuanto oye. Para el plano medio se dispone tras el candidato a un grupo de jóvenes y se sitúa estratégicamente al moreno de pelazo y a la monada rubia que sonríen y asienten a la vez. El asentimiento es tan automático y repetitivo que acabas dudando si es marketing o es parkinson.

Se supone que con el asentidor se transmite una imagen de aprobación colectiva pero al final sólo se ve al aprobador y se olvida a quién aprueba y por qué. Se va el santo al cielo tras el vaivén de esas cervicales serviciales, tras el partido de tenis vertical, tras el cabeceo de perro pequinés de pega en la luna trasera del Seiscientos, tras el metrónomo que dice que sí como el metrónomo de verdad dice que no con su movimiento y su chasquido. Todo ese donativo de razón, esa tonificación del discurso y del cuello, ese remate de cabeza de ideas políticas enseña cómo hay que comportarse cerca del poder: hay que callar la boca, aprobar de forma sobresaliente, autorizar a la autoridad y, dado que se te permite permitir, mostrárselo a los demás, para que sepan dónde tienen que estar, con quién y cómo.

Al asentidor, otro producto de la precariedad laboral, intelectual y política, se le reconoce por su repetición y también por su excepción: Íñigo Errejón estaba trabajando de asentidor en el Congreso de los Diputados para Pablo Iglesias hasta que éste recordó a los socialistas la cal viva y con ello averió el mecanismo de asentimiento. Como el número 2 de Podemos no es un profesional del asentimiento, lo retiraron unos días y lo volvieron a sacar cuando estaba aparentemente reparado.

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