Vuelve otra vez la propuesta de marginación de la política. Surge en cada ocasión electoral. La plantean diversos sujetos individuales o colectivos. Están quienes observan con meticulosidad, con ojo hipercrítico, el acontecer de la vida política. Y también los que la proponen y la ejercen como una forma paradójica de intervención política. Más tarde, en el día de votación, se nutrirá de la desidia, la incultura política, y, en un porcentaje incomprobable, de los convencidos, legítimamente, de que representa una forma de ataque al orden político y social injusto en el que estamos. El estudio de las diversas causas de la abstención es una ciencia que podría considerarse oculta.

El sistema social, desbaratado profundamente por el temor surgido de la crisis, produce el alejamiento de la política, y no sólo de sus representantes más o menos indignos, corruptos o incapaces. Los efectos son visibles. Desde aquella gran marcha por la dignidad de marzo de 2014, no se ha visto una movilización semejante ante los hechos que desde entonces nos han humillado como especie: obligados a vivir con menos empleo, peor salario, derechos recortados, libertades mermadas... Ya sólo se organizan las protestas masivas al dictado de los altavoces del sistema como es el caso de los atentados con víctimas mortales en el mundo «rico». Muchas otras víctimas en el mundo empobrecido, también mortales, que se esconden en pequeños espacios informativos, reciben la compasión individual que los «me gusta, me encanta, me enfada...» permiten. A solas y para un público repetido. De otras tantas que sucumben a la presión del desempleo, de la falta de vivienda, del hambre, ni siquiera se habla en esos pequeños espacios.

Una parte de los espacios públicos, ajenos al mercado, poco promovidos, se hace visible en el ejercicio de la política. Hay que extraer el voto de sus yacimientos más ocultos y precarios, y no ignorarlos por considerarlos abstencionistas ignorantes. Las campañas electorales son una de las manifestaciones del ejercicio de la política. Las que están acompañando a la repetición electoral que se aproxima, no entusiasman demasiado. Incluso producen rechazo en quienes, de los unos y de los otros, prefieren esperar a que llegue la orden de lo que hay que votar.

Hay cambios, novedades en esta nueva convocatoria. Y no se reducen los cambios a los pactos alcanzados para reforzar una alternativa a las políticas de derechas. Pactos que, si por una parte permitirán desalojar a la derecha del gobierno de la nación y preparar la regeneración de la ética política y de los más elementales principios de la decencia, por otra han tenido que realizar las concesiones obligadas en cualquier pacto. También han arrancado jirones de la piel de la izquierda instalada en el discurso de la honestidad y la coherencia. Son cambios y novedades que Izquierda Unida asume por la necesidad de mantener en el espacio común pactado, la posibilidad de cambiar el desorden de la política. ¿Posibilismo, tacticismo? Quizás obligación impuesta por el debilitamiento de los últimos años.

Persisten en estas nuevas fórmulas de organización política muchos defectos que conviene señalar y corregir, aceptando sin reservas la mirada crítica. Quizás uno de los más graves sea la exaltación del liderazgo político, presente en la derecha y la izquierda, entre los jóvenes o los ancianos, que se mantiene alimentada por los observadores públicos, brazo ejecutor de los grandes poderes mediáticos, necesitados de disponer de blancos fáciles contra los que disparar o a los que encumbrar.

Otras circunstancias disuaden de la participación política más allá del exclusivo acto de depositar las papeletas en las urnas el día señalado: el uso de formatos cansinos en algunos programas de los medios-media que parecen destinados a promover el hartazgo en los votantes. Los partidos se adaptan a las técnicas publicitarias con alto poder convincente: mensajes breves, repetitivos y oportunistas también coadyuvan al aburrimiento.

La introducción de «nuevas» metodologías en la toma de decisiones, supuestamente participativas, con perfil asambleario presencial o virtual, implica un exagerado consumo de horas de asamblea, y exige una gran destreza en el manejo de las modernas tecnologías, siempre nuevas desde el invento de la rueda y el fuego. Con frecuencia la decisión final llega de lo alto, del «cielo». Son inconsistencias y contradicciones persistentes cuya superación sí marcaría el nacimiento de los necesarios nuevos tiempos.

En esta etapa de involución, ya demasiado dilatada, el miedo, la competitividad con los propios y la falta de vivencias en la cooperación, han limitado las ventajas de estos inicios de cambio.

El voto a los partidos, el voto a las personas, «sujetos imperfectos de ahora», con la mirada en el presente desde el pasado, con la perspectiva de futuro para una humanidad más libre y justa, es por lo que, con aciertos y errores, voluntades decididas y desalientos, hemos trabajado desde la izquierda. Quien no lo haya hecho con amor, ha hecho peor camino. Lo que defiende, con todas sus limitaciones, la formación Unidos Podemos para la que pedimos el voto.

(*) Firman también este artículo: José Ferrer Gil, Francisco Moreno Sáez, Victoria Barceló, José Luis Romero, Juan Ángel Torregrosa, Manuela Raya, José Joaquín Pérez (Sofo), Camino Remiro, Sergio Felipe, Beatriz Inés Martín, José Luis Díez Berna, Gabriel Moratalla