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Puertas al campo

Tiempo de ofertas

Y hasta de rebajas. Quien más quien menos, ofrece el paraíso a cambio de un simple voto, aunque, como también sucede con las religiones, no haya acuerdo en qué consiste ese paraíso. No es lo mismo, de hecho, el paraíso vikingo que el musulmán que el aburrido (reconozcámoslo) paraíso cristiano. Pues lo mismo en esto de ahora: no es lo mismo el paraíso de la estabilidad que el paraíso del cambio o el todavía más abstracto, pero no aburrido, paraíso de la revolución. Hay, en este mercadillo político, un exceso de ofertas que impiden plantearse algún problema más de fondo. Por partes.

Las ofertas políticas no se producen en el vacío, sino que se dan en un contexto en el que hay demandas muy concretas de la ciudadanía a las que los partidos intentan responder a su manera. Manera que incluye, como en todo mercadillo, el riesgo de que te estén tomando el pelo, pero esa es otra cuestión. Podemos discutir eternamente sobre esas ofertas políticas, pero difícilmente entenderemos qué está sucediendo si no nos preguntamos por las demandas a las que responden.

Pongamos el caso estadounidense cuyas primarias van a seguir hasta el mes que viene. Trump es el que mayor cobertura recibe por un lado y Clinton la que recibe lo propio por otro. Desde mi punto de vista, el tema desde el cual iniciar la discusión es la de las demandas que hay en la sociedad estadounidense para un candidato como Trump y, sí, como Sanders (no como Clinton, que es más establishment). Hay inseguridad, frustración, rechazo a «los de dentro», crisis, vulnerabilidad, temor a caer en la pobreza, inestabilidad, dudas y vacilaciones. La demanda es de seguridad y claridad. El «populismo» (con perdón) de Trump y Sanders son una respuesta. Algo sucede en aquella sociedad para que nazcan esas demandas que, después, el establishment gestionará convenientemente creando otro tipo de cuestiones a las que me referiré de inmediato.

Pasemos al caso de la ola de extrema derecha (en el sentido de xenófoba, euroescéptica, extremista) que recorre Europa. He puesto «derecha» por poner algo ya que la xenofobia, el racismo o el euroescepticismo no son monopolio de tal tendencia. Hay «izquierdas» que coinciden en tales propuestas. La demanda es parecida a la estadounidense y lo que hacen diversos partidos y corrientes es responder a ella. El problema, también aquí, no es la oferta política sino la demanda social realmente existente.

Hay elementos comunes con la «ola» que recorre América Latina y que hace hablar a algunos comentaristas de «cambio de ciclo». De nuevo, la cuestión no es solo ver quiénes manipulan ese «cambio» ni los oscuros designios imperiales que acechan en la sombra. Probablemente sean reales ambos asuntos. Pero creo que, una vez más, la pregunta inicial tiene que ser sobre qué está sucediendo en aquellas sociedades para que la oferta que hasta ahora parecía mayoritaria esté dejando de serlo.

La cuestión de las demandas sociales es tan importante que explica por qué aparecen movimientos violentos «anti-sistema»: son demandas a las que nadie da una respuesta creíble y, por tanto, producen ese tipo de frustración que lleva a la agresividad que lleva, en algunos casos, a la violencia callejera. Pienso en el caso barcelonés de días pasados donde la discusión parecía centrada en «equidistancias», «proporcionalidad» o «tapar con dinero» referidas a posiciones de políticos y de sus fuerzas del orden. ¿No había demandas frustradas sistemáticamente y, por tanto, agresividad y violencia «ciega»? Es posible. Pero hay que preguntárselo antes de quedar atrapado, como el atrapamoscas que tengo en mi ventana, en la discusión entre ofertas políticas a la búsqueda de su mercado, es decir, dedicadas a denigrar al contrario creyendo que así se resuelve el problema. Bueno, el suyo sí: el de conseguir unos votos más o que el contrario obtenga menos. No la violencia.

Las demandas insatisfechas no llevan necesariamente a la violencia. Esta suele ser más bien excepcional aunque es mucho más noticiable y puede salir en televisión. Esa insatisfacción lleva con más frecuencia al retraimiento, a la pasividad o a la resignación... hasta que, como el arpa que está «del salón en el ángulo oscuro», es despertada por ofertas más satisfactorias desde el punto de vista del incauto ciudadano que sigue pensando que es una cuestión de ofertas.

No estará de más preguntarse qué pasa en las Españas con sus demandas que tienen ofertas (sean falaces o no) y las que no las tienen. Pero primero las demandas, después las ofertas. No al revés.

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