La atención del votante racional en las próximas elecciones del 26-J estará centrada en las posibilidades de coalición para formar gobierno que se puedan presentar tras el resultado de las votaciones. Esta atención más específica hay que tomarla como una de las consecuencias del modelo multipartidista que devino después de las últimas elecciones del 20-D, donde el bipartidismo entre populares y socialistas se resiente ante el hartazgo ciudadano hacia la clase política y sus comportamientos.

Las preferencias partidistas de un votante racional en un sistema multipartidista como el actual y, es fundamental aclararlo, en unas elecciones de carácter nacional, dependen en gran medida de la información política de la que se dispone, lo que le permite razonar sobre los partidos y la política. Dada la abundante y voluminosa información que existe en los medios sobre política, los partidos y sus líderes, mucho más en estos momentos donde llevamos más de ocho meses de agenda electoral, el votante racional busca un atajo informativo y se vuelve retrospectivo para poder simplificar sus razonamientos. Evalúa su actual situación con un pasado inmediato aplicando la tradicional teoría premio-castigo de Key (1966) donde hace responsable a las autoridades gubernamentales de su propio malestar o bienestar.

En buena medida, esto es lo que reflejan las últimas encuestas. Al margen de los votantes más adictos a unas siglas determinadas o muy ideologizados, aquellos ciudadanos satisfechos con su situación, y no sólo eso sino cuan de competente y eficaz es un partido para encarar el futuro, votarán premiando al Partido Popular, de ahí que aun teniendo graves casos de corrupción entre sus filas obtenga tan buenos resultados. Por el contrario, los que más han sufrido la crisis económica y los desafectos de la política castigarán al PP y al PSOE, a los que hacen responsables de su situación y a los que ven como incompetentes e ineficaces, y votarán a nuevos partidos o se abstendrán.

En España no tenemos experiencia de gobiernos en coalición a nivel central, y los que existen en niveles autonómicos y locales no son extrapolables. El votante racional suele comportarse de distinta manera en este tipo de elecciones. Todo indica, pues, que si no se quiere volver a convocar nuevas elecciones será preciso encontrar puntos de encuentro entre los partidos para formar una coalición que ofrezca estabilidad y eficacia ante el desarrollo de los grandes temas de orden político y económico que nos aguardan, como son las reformas institucionales pendientes, la frágil situación económica mundial, los procesos migratorios, el terrorismo internacional o la idea de una nueva Europa. Para formar sus preferencias y su comportamiento real de voto, el votante racional tendrá en cuenta su propia situación de bienestar ?premio o castigo? las posiciones partidistas sobre estos grandes asuntos y quienes están o no dispuestos a formar una coalición de gobierno para afrontarlos.