El espíritu de Gramsci habita en Iglesias, su fascinación por la hegemonía, como paso fundamental para detentar el poder, se convierte en el líder del movimiento populista Podemos en una obsesión. El trazado del plan que pretenden poner en práctica ya está dando sus primeros frutos. Desde la radicalidad que expulsa a quienes no atienden la verdad única de su verbo, acometen una primera fase en la que hacen patente su dominio en el segmento de la extrema izquierda, mezclándose con todo movimiento radical nacionalista/independentista que habita por el territorio nacional. Así surgen sus confluencias: con Compromís en Valencia, esa coalición que no muestra su verdadera cara a pesar de dogmatizar sobre la transparencia política, con gentes en derredor de lo que fuera el BNG gallego, de inspiración independentista, o en Cataluña, uniéndose a Colau, que explotó y manejó los desahucios, y que como buena populista ignora desde su privilegiada posición de primera edil, y del mismo modo, en todas la autonomías y provincias. El primer paso está dado, la hegemonía está más cerca.

Tras la adquisición de los primeros sumandos, aquellos, los socialistas, a los que tiene en mente engullir en un último esfuerzo de su antropófaga obsesión, comenten el craso error de maquillarle, de blanquearle, de presentarles en sociedad, prestándoles su necesaria cooperación. Iglesias y su movimiento, él y sus confluencias, son conducidos de la mano de los socialistas a los más altos despachos de las más importantes ciudades españolas. Madrid, Valencia, Zaragoza, Cádiz o Barcelona hacen visibles, ponen en el candelero de la política a Iglesias y asociados, que, sin ganar en ninguna de ellas, detentan desde hace un año el ordeno y mando de la vara municipal. El manido lema de «echar al PP», justifica la descabellada propuesta del apoyo socialista a los movimientos antisistema, repitiendo el mismo error, pero quizás de mayor calado, que cuando llevaron a efecto aquel desdichado «pacto del Tinel».

Una vez fagocitados los primos de Izquierda Unida, y consiguiendo al tiempo que el escondido PCE pase a mejor vida, con la bendición del mismísimo Anguita, que en su senectud aplaude entusiasmado la llegada del Bautista que cree clama desde la tierra de los desposeídos, la operación sigue su curso. Vendida marca e historia por unos cuantos escaños, Garzón se convierte en el nuevo Judas que traiciona a los que, a lo largo de su vida y trayectoria, pusieron vida y hacienda al servicio del PCE. Es el momento de rodear al desnortado PSOE, que no tiene clara ni su identidad ni su futuro. El sorpasso, el adelantamiento, se ha consumado. Sin urnas de por medio, los medios de comunicación se hacen eco de la univoca tendencia de todas las encuestas, de todos los trabajos demoscópicos, en los que Iglesias y su movimiento, no solamente suman más votos que los inertes socialdemócratas del nuevo PSOE, sino que además auguran también más escaños para la formación morada. Les pasan por encima. Alea jacta est.

Les queda a Iglesias y los suyos, un último paso si las elecciones del 26J confirman las tendencias, pero para ello necesitan de nuevo la activa colaboración del naufragado socialismo. Dependen de la decisión del mismo secretario general del PSOE que tildó de históricos los 90 escaños conseguidos el lejano 20 de diciembre. Si Sánchez, con el beneplácito del Comité Federal, claudica y forma gobierno con los populistas y antisistema, la hegemonía de la izquierda cambiará de manos. Sus sonrisas nos dejarán helados. Partido hegemónico, partido único, proyecto consumado. La fascinación por el poder y la ineptitud en la gobernanza, será la seña de identidad del ejecutivo del llamado cambio de progreso.

Los populismos, tanto de derechas como de izquierdas, que suelen surgir en épocas de gran recesión económica y/o social, han hecho su aparición en Europa. La ultraderecha de Le Pen en Francia o en países centroeuropeos, y la izquierda radical del Movimiento 5 Estrellas italiano o Syriza en Grecia, son claros ejemplos, junto a Podemos en España. La brecha abierta en la sociedad española por la profunda crisis económica sufrida, de la que estamos a punto de despegar, agravada por surgir tras una de las mayores épocas de bonanza, fue sin duda, con la inestimable ayuda de los numerosos casos de corrupción que el sector inmobiliario promocionó entre la clase política, el caldo de cultivo necesario para el nacimiento del movimiento populista en torno a un líder tuneado en los platós de televisión. En otros países europeos se les combate políticamente por izquierda y derecha, aquí se les da amparo. Todo dispuesto para que el alacrán pueda clavar su aguijón en lo más profundo del sistema democrático, vertiendo su veneno en nuestra Carta Magna, y menospreciando la histórica transición que posibilitó nuestro estado de derecho. Cuando la hegemonía de paso al partido único, se acabarán los debates.