Algunas veces la vida te depara sorpresas agradables, conoces a alguien, conectas, hablas, te entiendes... y disfrutas. Como cantaba Serrat «de vez en cuando la vida nos besa en la boca y, a colores, se despliega como un atlas».

Este verano he conocido a una mujer fascinante. Alicantina, ya jubilada, ha sido periodista de investigación en París, corresponsal de la revista Tiempo durante más de treinta años y estudiosa de las andanzas, las fatigas, las ruinas y las pocas alegrías de los republicanos españoles en la nación vecina.

Al final de la Guerra Civil -Alicante fue la última ciudad en caer- los perdedores huyeron como pudieron, para salvar el pellejo, en una desbandada desesperada y masiva. La Francia de Petain -que había hecho amistad con Franco en la guerra de Marruecos y era, por eso mismo, un colega-, el llamado régimen de Vichy no se portó con ellos bien en absoluto. Casi fue un anticipo del comportamiento que estamos teniendo ahora los países ricos con los refugiados sirios.

Los republicanos que huían -Antonio Machado, por ejemplo, que murió a los pocos días en Colliure- fueron tratados como delincuentes y hacinados en campos de concentración en los que carecían de lo más mínimo.

Evelyn Mesquida, así se llama la periodista alicantina, la escritora de que les hablo, ha seguido su pista, ha rastreado cada hecho, cada pueblo, cada movimiento para ofrecernos un libro magistral que hace unos días ha visto su tercera edición: La Nueve. Los españoles que liberaron París.

Evelyn ha entrevistado a muchos supervivientes de esa mítica compañía y se ha erigido, con todo el derecho, en historia viva de nuestro país, una historia que debemos conocer. No siempre tiene uno la ocasión de charlar con quien ha dormido en la habitación en la que vivió Albert Camus, en casa de su hija Catherine, en el pueblecito francés, Lourmarin, cerca de Aix en Provence, tierra de herejes cátaros y cargada de historia también.

A los huidos españoles, internados en campos de concentración franceses, más terribles a veces que los hitlerianos, les dieron a elegir varias posibilidades, cada una peor que la anterior: los mandaban a Alemania donde terminarían en campos de exterminio nazi. Los devolvían a España con la depuración franquista a pleno funcionamiento. O se alistaban en la legión francesa.

Muchos, sanos y en condiciones de soportar las duras condiciones del ejército, se alistaron y comenzaron la lucha contra el ejército nazi en los desiertos del norte de Africa. En palabras de algunos combatientes españoles «la guerra que llegaba representaba la continuación de la de España y preferí los riesgos del soldado en campaña a la humillante condición del refugiado entre los alambres que nos rodeaban».

El número de españoles enrolados en la Legión Extranjera francesa osciló entre los doce y quince mil y, al final de la guerra mundial, habían muerto del sesenta y cinco por ciento de todos ellos.

La Nueve - intentaron ponerle el nombre el francés o en inglés pero no cuajó, siempre fue y ya lo seguirá siendo La Nueve- una compañía que destacó por la bravura y la heroicidad de sus hombres, aguerridos y con experiencia en combate eran deseados por todos los mandos militares porque jamás retrocedían un palmo de terreno. Los primeros que entraron en París ocupado por los nazis el 24 de agosto de 1944. Cuando la Nueve se disponía a entrar en la Ciudad de la Luz, Albert Camus, redactor jefe del periódico Combat, lanzo una frase que también ha pasado a la historia: «Esta noche bien vale un mundo, es la noche de la verdad».

Un extremeño, Antonio Gutiérrez, fue el primero en entrar en el piso del Hotel Meurice, donde tenía su estado mayor el general alemán Von Choltitz, gobernador militar de París, para rendirlo. Este general, como agradecimiento por la caballerosidad del español, le regaló su reloj. La Nueve tomó el ayuntamiento parisino y en uno de sus laterales se cultiva hoy un jardín de rosas en su nombre.

La famosa nueve se integró en la Segunda División Blindada del general Leclerc -Philippe de Hauteclocque, que Leclerc era un seudónimo para que los nazis invasores de Francia no identificaran a su familia-. Después de luchar en África contra las tropas nazis del mariscal Rommel, fueron trasladados hasta Inglaterra y desde allí, tras un descanso reparador, participaron en el desembarco de Normandía. Una compañía, La Nueve, con uniformes americanos, desembarcando en Francia desde Inglaterra, mandada por oficiales franceses, el famoso capitán Dronne... Y que eran españoles.

Todas sus tanquetas tenían nombres archiconocidos para nosotros: Teruel, Guadalajara, Ebro, Brunete. En una había una frase inscrita que ha ocasionado un comentario histórico: ponía en francés «Muerte a los imbéciles». Cuando el general De Gaulle, en el desfile victorioso, leyó la inscripción solo tuvo un comentario lacónico: «Extensísimo trabajo».

Una gran obra que merece ser leída esta Nueve de Evelyn Mesquida y de la que parte la magnífica novela de Fernando Swartz, de reciente aparición, Héroes de días atrás. De esos mismos héroes habla el novelista y diplomático.