Tal es el grado de desconfianza existente en general que, tras la fachada de los acontecimientos, se intuye que hay gato encerrado. Da igual que se trate de acontecimientos deportivos, culturales, políticos o económicos; da igual que hablemos de personas, de partidos, de grandes o pequeñas hazañas, de guerras o de descubrimientos científicos: un sexto sentido, muy arraigado en la psicología de la gente -eso que se llama sabiduría popular- avisa del peligro que encierran las palabras, las historias, las acciones más primorosamente presentadas.

La prueba más evidente de lo dicho se manifiesta en el lenguaje que, desprendido de la conexión entre significante y significado, se abre a todo tipo de manipulaciones (algo a lo que uno se tiene que acostumbrar, pues así es y será en adelante).

Digo esto porque en la narrativa actual, que es la referida a las elecciones, no hay uno sino varios gatos encerrados, como probablemente muchos intuyen, salvo los muy crédulos.

¿O es que no hubo gato encerrado en la pantomima de populares y podemitas para forzar la repetición de elecciones y frustrar un acuerdo razonable de gobierno? Pues claro que sí. No hay que ser muy avispado para descubrir el hilo conductor entre lo que hace algunos años pactaron Aznar y Anguita, para quitarse de encima a los molestos socialistas, y el sandwich que sus homónimos vienen cocinando desde hace tiempo. Un acuerdo tal vez tácito: solo negocios. Los populares obtienen del negocio un triple resultado: dividir a la izquierda (divide et impera), encauzar el conflicto social y permanecer en el gobierno. Los podemitas se contentan por ahora con alcanzar eso que llaman hegemonía de la izquierda, que pasa por fagocitar a los socialistas, su única obsesión.

Hay gato encerrado, y bien gordo, en las etiquetas que circulan por ahí, especialmente la de socialdemocracia. ¿Qué entenderán algunos por socialdemocracia? Supongo que cualquier cosa, aunque lo que parece importarles es el efecto mágico que su mención produce. Habría que remontarse a la historia del movimiento obrero para entender cómo se decantaron, con el tiempo, y a qué precio, las etiquetas de comunistas y socialistas, etcétera. Yo creía que los nuevos movimientos que se dicen de izquierda venían para superar la crisis de la socialdemocracia, de la que tanto hablan; pero no. Como no se atreven a declarar lo que se proponen hacer, si es que realmente lo saben, se envuelven en la confortable etiqueta, a ver si cuela. Aquí hay gatazo encerrado (lo cual es curioso, porque en los mítines que los podemitas organizan se presentan como tiernos ratoncillos que van a por el gato).

Para alardear de socialdemocracia hay que presentar antes algunas credenciales. Haber trabajado, luchado y soñado, a costa de enormes sacrificios, para consolidar una sociedad más justa, libre de mesianismos, populismos y distopías. Lo que no es el caso.

Es verdad que en la trayectoria histórica de la socialdemocracia ha habido errores y dejaciones; no tanto en España, donde la intervención política de la socialdemocracia, encarnada en el PSOE, ha propiciado cambios de extraordinaria importancia para el bienestar social de la mayoría. También es cierto que la socialdemocracia tiene por delante la tarea de renovarse, tanto en el plano organizativo como en el proyectual, para dar respuesta a las complejidades del presente.

Pero de lo que se trata ahora es de delatar a los gatos que se esconden en medio de la propaganda, de las «nuevas» narrativas narcotizantes, para evitar que nos den gato por liebre.