Este domingo no puedo más que dedicarle esta columna a lo más increíble que he hecho en esta vida. Un cinco de septiembre de 2000, en un trasiego increíble, con mi hermana de los nervios, y con razón, porque yo no quería, ni a tiros, ir al hospital? mandando faxes y mails como una loca, convocando un desfile en Barcelona y agarrándome a la silla, rotura de aguas mediante hora antes (yo como si la cosa no fuese conmigo, claro?) y aferrada a mi vida anterior? en esas, ese cinco de casi otoño, y recién terminado el verano más extraño de mi vida, por fin fui a parar a la clínica Vistahermosa. Y tras horas y horas interminables, esperando que eso llamado oxitocina me hiciese algún efecto, discutiendo con la matrona imposible (porque esta, esta, era imposible ella misma...) y con un ginecólogo que me decía: «respire usted...» y yo decía «oiga yo respiro de toda la vidaaaaaa?» ( imagínese la cara del señor, que musitaba por debajo algo asi como «ya me ha tocado a mí la del mes?»). Pues así, dolor, salto en cama cual niña apocalíptica o poseída, gritos, mi madre al lado leyendo el Hola y mi querida suegra también comentando (ambas lógicamente acostumbradas) «la jugada». Mi ex marido hoy, entonces futuro padre y marido, sudando la gota gorda, mi hermana todavía estado de shock, mi hermano (como siempre) adorable tratando de quitarle hierro al asunto y mi padre con mi suegro ejerciendo ya de abuelitos, plan tras plan, carreras incluidas del futuro ya Álex Peral Martínez. Mientras yo miraba con cara, repito, de niña del exorcista mientras maldecía ese momento «nescafé» en que me había vuelto tan loca de quedarme embarazada? pero quien me habría mandado a mí meterme en ese lío, señor?

Y tal cual, tras mediar unas cuantas horitas más de esta escena de Almodóvar casi surrealista, y media tarde y casi noche, de repente, como una aparición, tuvimos que salir corriendo a la sala de partos y, rezando «lo más grande» dejándome «abandonada» al dulce estar de una súper inyección de anestesia epidural que me dejó «lista» para ser abierta cual capitas de cebolla y sacar de ahí a un pequeñuelo que se resistía a salir. La verdad es que no me extraña, viendo lo que vino después estos 16 años, que mi pequeño precioso «alienígena» humano (es la sensación que sientes cuando se te mueve la barriga de un lado al otro libremente sin avisar?) no quisiese asomar la cara ni de casualidad. Pero, ¡Dios mío!, menos mal que lo hizo. Porque hoy puedo saber lo que es la vida gracias a él. Y lo mejor, lo que significa el amor y el valor. Este viernes, mientras en un pabellón de su colegio, se me caían las lágrimas como si fuese un cántaro imparable, mientras veía su imagen de pequeño, de mediano, y de grandullón ahora; mientras me ponían uno y otro vídeo dulcemente «torturador» en el Salón de Actos abarrotado de otros hijos e hijas de amigos? entendía que, cual Scarlett O 'Hara, jamás volvería a ser la misma, jamás. El valor, esa magia que confiere a unos pocos menos listos la grandeza de tener locura y arrestos para enfrentarnos a todo, esa palabreja, es la gran metáfora que te confiere la maternidad o la paternidad. Valiente se es cuando se ama, cuando te entregas, cuando cambias tu vida por algo o alguien sin mirar atrás, cuando eres capaz de ser tú, cuando no te prostituyes por nadie ni nada, cuando tienes claro que «por este ser que salió de tus entrañas» serías capaz de levantar una ola en el océano, o mejor, un tsunami, y desde luego de nunca jamás dejar de sonreír a la vida y soñar. Porque cada vez que lo miras, solo tú sabes lo que vale. Feliz domingo. Ha vuelto a salir un sol precioso, y cada instante merece la pena luchar.