La fiebre animalista está de moda. Proliferan como hongos las asociaciones dedicadas a la defensa de los animales. Los vegetarianos y veganos ya son legión. No hay día que no se cuelguen fotos o videos en las redes sociales con, o bien escenas dantescas, de una insoportable crueldad o gente haciendo cosas tiernas y humanas, demasiado humanas con los animales. Ora un niño que juguetea con un morlaco de quinientos kilos, ora una mujer arrasada en lágrimas besuqueando a un puerco en el hocico, ora una gentil señorita acariciando maternalmente a una gallina.

El otro día, el presidente de una de esas asociaciones, «Gladiadores de la paz» (hay que reconocer que el oxímoron es de una rara belleza) saltó en plan espontáneo al ruedo de Las Ventas. La faena había sido una carnicería. Seis estocadas fallidas y seis descabellos, seis. El chico empezó a correr a todo gas con la intención de abrazarse al toro que acababa de pasar a mejor vida después de una bárbara agonía. Y ahí empezó todo. Subalternos, monosabios, un señor con corbata, hasta diez o doce indignados taurinos la emprendieron a golpes, vapuleos, zarandeos y arrastramientos contra el desarmado y solitario héroe que no sabía de dónde le venía semejante tunda. Hombre, yo no vi tanta ofensa para tan desproporcionada represión. Si no llega la policía a tiempo lo dejan para el arrastre y se lo llevan al desolladero junto al toro. Pero lo que más me impresionó fue la reacción del respetable. «El Pobrecito Hablador», Mariano José de Larra, el primer antitaurino, ya en el siglo XIX advertía de lo salvaje de la fiesta nacional y del regocijo del público. Recuerdo uno de sus artículos en los que venía a decir que en una corrida de toros hasta la más asustadiza doncella que se marea al ver una gota de sangre en su lanceolado dedo se desparrama y alboroza de entusiasmo ante la masacre del toro y ante las tripas humeantes de los caballos. Recordemos que entonces los caballos no llevaban peto y parece ser que a nadie afectaba la visión del tripicallo enredado entre las pezuñas. Bien pues, el público y ya conducido el activista por la policía por el pasillo de la plaza, siguió con las vejaciones, las burlas y las chacotas. Le tiraban almohadillas a la cabeza, le insultaban, se mofaban y hacia el final del vídeo, una pierna traidora y fantasmal sale de algún sitio y le estampa un patadón en la cara de resultas del cual, el chico perdió un diente. Edificante espectáculo.

España ha sido siempre un país de contrastes, un lúgubre aguafuerte, una dislocada sangría de óleo y tripas a lo Gutiérrez Solana, una noche de gatos y navajas a lo Valle-Inclán, a lo García Lorca, una dama con una guadaña.

Hay un desmedido apego a las tradiciones que hace que sigamos respirando el aire de la caverna. Pero todo ha de evolucionar. Era de mucha raigambre la convicción de que la tierra era plana y no se movía hasta que tuvimos que cambiar el chip. La tauromaquia por medio del arte y de esa innata creencia de la superioridad del hombre ante la bestia (seguimos lanceando mamuts, caramba) o simplemente por la costumbre, hace que muchos no vean el grado de crueldad, el espanto, la barbarie de una corrida de toros. Como tampoco ven la crueldad, el espanto etc de un linchamiento. Creo que ya es hora de dejar de llamar respetable al respetable. No lo merece.