Nuestra sociedad, en este momento, se halla en un estado de ánimo colectivo que no dudamos en calificar de desorientado. La enorme ilusión generada en 1978 con la creación de una Constitución de Derechos y Libertades, por fin, forjada por todos los representantes de las ideologías imperantes, sin vencedores ni vencidos, parece agostarse. Un largo periodo que frisa los cuarenta años de alternancia en el poder del centro derecha y centro izquierda, con mayores o menores logros, pero siempre sin abandonar los caminos y senderos que fuimos trazando entre todos por los que, durante estas cuatro décadas, hemos ido haciendo camino al andar y disfrutado de la libertad, ese «precioso don que a los hombres dieron los Cielos», como dijera Don Quijote a Sancho, y de una paz soñada y añorada por tantas generaciones anteriores, que nos ha permitido reconstruir una España nueva y moderna, a la cabeza de Europa -que empezara y nos cantara el inolvidable Adolfo Suárez y su UCD- que con talento, esfuerzo e imaginación de todos, nos ha permitido conseguir el máximo nivel de prosperidad y bienestar posible, con los mimbres con los que se disponían.

Desde las primeras elecciones democráticas ambas opciones, ambos espacios, fueron ocupados por partidos democráticos -UCD, PSOE y PP- en leal alternancia en el poder, compartiendo escaños en el hemiciclo con otras fuerzas políticas democráticas y han mantenido alejados del poder proyectos y opciones políticas más radicales que quedaron reducidas sólo a poderes fácticos de derechas y de izquierdas, que agazapados y sin representación política, nunca han dejado de existir y hoy han aflorado aprovechando esa cierta desorientación ciudadana por la palmaria crisis económica, que ha traído restricciones sociales y paro, unido a una lacra gestada en los años de bonanza -amparados en las escasas normas in vigilando existentes- como la corrupción de personas desleales e inmorales que desde sus atalayas de poder se han enriquecido criminalmente del erario público. Poderes fácticos que, a pesar de la rápida reacción de los respectivos partidos políticos al sacar estos corruptos personajes, como manzanas podridas, de su cesto político y dejarlos al albur de la Justicia, siguen, desde sus estructuras de poder económico, judicial o mediático, repitiendo y señalando a un lado o a otro, una y mil veces, la existencia de esa lacra que todos rechazamos, con la clara intención y propósito de crear un caldo de involución, violencia e inquietud -basta mirar hacia Barcelona, que es la punta del iceberg- con la que se nos amenaza. Y se pretende ocultar el bienestar y la paz social que tenemos conseguidos, entre todos, es verdad, durante esos cuatro lustros y las medidas abordadas para salir de la crisis y creación de empleo.

Al amparo de la innegable crisis económica y lacra de la corrupción surgen nuevas opciones políticas, salvadoras, sin experiencia de gobierno alguno. Alguna, de extraña y preocupante gestación, ha tomado como principal bagaje estos dos jinetes del Apocalipsis y repiten, en cualquier foro, una y mil veces, la existencia de las pasadas restricciones sociales y la lacra de la corrupción; aunque conocen que hoy son escasas o nulas las posibilidades de repetición, por la rápida legislación del Congreso de Diputados para evitarlo y la paladina creación de empleo constante. Sus mensajes son obsoletos, viejos, rebuscados, que no vislumbran un futuro atractivo y esperanzador. Más bien nos anuncian una empresa nacional de enfrentamientos, violencia y ruptura institucional, como apreciamos cada día. Su meta es hacer una Constitución de vencedores, a su imagen y semejanza. Utilizan el polvo de los caminos y sendas constitucionales -libertad de expresión- para producir y elevar una espesa polvareda con que oscurecer la visión de un pueblo desorientado. Polvareda en la que se mueven con soltura para una vez remansada mezclar ese polvo con las lágrimas de un pueblo ya indefenso y hacer un barro en el que hundir la Constitución Española, como anunciaron, con sus Derechos y Libertades que nos dimos todos y atacar su «fundamento en la indisoluble unidad de la Nación española patria común e indivisible de todos los españoles». Una Carta Magna de vencedores, siempre ha causado a los españoles un profundo dolor. No debiera olvidarse nunca que cuando se vive en un régimen democrático los ciudadanos tienen en su mano la posibilidad de cambiar cada cuatro años la orientación del país, salvo si se les impide la alternancia. No nos gusta ni nos asusta ese nuevo proyecto que nos anuncian. Carece de atractivo.

He escrito alguna vez lo que gustaba decir a mi correligionario Maritain: «Sólo el pueblo salva al pueblo». Como también he traído a colación en alguna ocasión que el pueblo español es instruido, intuitivo con una sensibilidad a flor de piel que le hace moverse, como un solo hombre, cuando siente cerca el peligro. Cuando sufrimos el golpe de Estado del 23 F y teníamos necesidad de fortalecer el Estado de Derecho frente a nuevas intenciones golpistas, mayoritariamente el pueblo votó a Felipe González. En otro momento difícil, para entrar en el euro, en vagón de primera, en Maastricht, mayoritariamente votó a José María Aznar y una tercera vez, cuando la crisis era galopante, crecía y crecía el paro y la deuda pública y había que parar esa sangría, de nuevo mayoritariamente, el pueblo salva al pueblo y vota a Mariano Rajoy, evitando el temido y amenazante rescate. Los tres cumplieron su objetivo y el pueblo reflexivo y responsable de nuevo, quitó los obstáculos del camino constitucional, dejándolo libre, vacuo y expedito. Es momento de profunda reflexión y ratificar con nuestro voto libre, responsable y meditado la Constitución española de 1978. No es momento y carece de sentido, querer enfrentar jóvenes contra mayores, derechas contra izquierdas o viceversa, no conduce a nada. El hacha de guerra entre españoles se enterró con la Constitución. Yo, estoy seguro, de que si, como dice su artículo 1.2, «la soberanía nacional reside en el pueblo español», una vez más, el pueblo evitará la polvareda y el barro, votando mayoritariamente opciones constitucionales que impidan enterrar lo conseguido y dejará abierto un horizonte optimista y esperanzador para las próximas generaciones. Y, no menos cierto, estoy de que los alicantinos ejerceremos nuestro derecho y responsabilidad de forma reflexiva y mayoritaria.