Hace unos días observé en el escaparate de una librería un título cuyo impacto me obligó a entrar y adquirir un ejemplar como si hubiese sido abducido por algo o alguien. «Los dioses cansados». No me pude resistir a la osadía del autor, el sevillano Andrés Pérez Domínguez, de atribuir una condición humana a una divinidad.

Cuando a primera hora de la tarde de este miércoles recibí una alerta en el teléfono móvil anunciando la sanción de dos años a la tenista María Sharapova, recordé al instante el título de la novela: la Federación Internacional de Tenis, un órgano compuesto por «osados» seres humanos, se atrevían a desafiar el sueño de la diosa rusa. «Me he equivocado, pero no quiero acabar mi carrera así», se había sincerado la tenista el pasado mes de marzo en una conferencia pública en un hotel de Florida. La modelo, ganadora de cinco títulos de Grand Slam y ex número uno del circuito femenino, tendrá ahora tiempo para pensar en ello lejos de la arcilla de Roland Garros.

La noticia supone un borrón en la fulgurante carrera de la diosa rusa, impulsora de la firma de golosinas Sugarpova y sonrisa de las principales marcas comerciales que gobiernan el planeta. «No quiero ser modelo», declaraba una joven Sharapova años atrás. Se refería a las pasarelas, sí, pero algún visionario pudo llegar a pensar entonces que la campeona olímpica de Londres 2012 se apuntaba a algo muy diferente. Como retar en el futuro a los organismos internacionales del tenis prolongando, más allá de enero, el uso de una sustancia ya prohibida, el maldito Meldonium. Quizá María no quería ser modelo? de conducta. Al menos así lo entendía el campeón español Rafa Nadal cuando le preguntaron por Sharapova: «Quiero pensar que fue un descuido, pero debe pagar por ello». Y lo hará.

Desconozco el final de la historia deportiva de Sharapova -quizá porque todavía no he terminado de leer «Los dioses cansados»-, pero todo apunta a que la tenista no solo se perderá los Juegos Olímpicos de Río este verano, sino que tendrá tiempo para abonar esa otra faceta que la apasiona. Eso sí, esta vez lucirá sus largas piernas sobre la pasarela de un largo desierto con la única compañía de la arena y un sol abrasador. Porque la divinidad se ha vuelto un poco más humana.