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El pavo del sandwich

Hubo un tiempo en el que los socialistas ocupaban la centralidad política. Eso les colocaba en una posición clave y muy cómoda: recogían el voto de izquierda, parte del centro e, incluso, sumaban algunos de corte socialiberal. Hace tres décadas era fácil navegar en ese escenario. Quitando a las minorías de los grupos nacionalistas, el eje político sólo dejaba dos opciones reales. El turnismo de la izquierda y, a partir de la década de los 90, con la derecha que logró armar José María Aznar tras la refundación del PP. Con ese reparto de papeles llegó el año 2007 y la crisis económica. Y todo lo que había servido hasta entonces se movió de arriba a abajo. El cambio social y el impacto de la recesión económica fue minando a los socialistas, que entonces estaban en el poder con Zapatero al mando. El día que el entonces presidente del Gobierno subió a la tribuna del Congreso en 2010 para consumar la etapa de los recortes, el PSOE se hizo el «harakiri». A ojos de muchos ciudadanos indignados y progresistas ya era exactamente lo mismo que el PP.

Era cuestión de tiempo, por tanto, que la izquierda se abriera en canal y que surgiera una alternativa con un discurso de esperanza -está por ver aún si tiene soluciones- que compitiera abiertamente con los socialistas por el liderazgo de la izquierda. Las elecciones europeas, con la irrupción de Podemos en la escena, fue sólo un toque de atención que nadie se tomó en serio en Ferraz. Llegaron las municipales y autonómicas de hace un año y la sala de mandos socialista confundió el resultado con el resultando. Con los peores números de la historia, los socialistas recuperaron la Generalitat y las principales alcaldías de la Comunidad con la excepción, eso sí, de Valencia. Lo hicieron gracias a que todavía, aunque por los pelos, se mantuvieron como la primera fuerza en votos frente al auge de Compromís con Mónica Oltra al frente en la Comunidad y de las marcas locales de Podemos en el resto de España. Tampoco en las filas socialistas llegaron a valorar la magnitud del problema.

En las generales de diciembre, el «sorpasso» ya se consumó, sin ir más lejos, en la provincia y en la Comunidad, donde la coalición entre Compromís y Podemos relegó a los socialistas que aún resistieron en el Congreso gracias, fundamentalmente, al feudo andaluz. Pero ahora todo apunta a que el conglomerado que ha logrado armar Pablo Iglesias al frente de Podemos junto a IU y Equo en España además de marcas con formaciones locales potentes en la Comunidad, Cataluña, Galicia y Baleares rebasará definitivamente al PSOE. Los socialistas ocupan otra vez el centro del tablero. Pero ahora ya no tienen sólo un rival a su derecha. Ahora son el pavo que se acomoda en el centro del sandwich. Un emparedado que se «comen» los populares -sabedores de que es cuestión de tiempo que los fugados a C's vuelvan a casa- por una de las alas y el proyecto de Unidos Podemos -en el caso de la Comunidad A la Valenciana al sumar a Compromís- por la izquierda.

Así y todo, los socialistas, fracasada su operación transversal con Albert Rivera, tendrán en su mano decidir el gobierno de España aunque, como todo apunta, acaben relegados a ser la tercera fuerza y pierden la referencia de la izquierda. Sólo tendrán dos opciones. O dejar gobernar al PP; o un ejecutivo de izquierdas. Y tomen el camino que tomen, tendrán un problema. A un lado o a otro, acabarán rotos. Cuestión de tiempo.

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