Triunfo y suerte en política suelen ir con frecuencia de la mano; estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. Es verdad que además podríamos añadir las cualidades o ejecutorias personales, como las del líder de Ciudadanos y su prueba de fuego contra el régimen Pujolista, que se dice pronto; pero la suerte es un elemento decisivo, aunque en su versión más fea se la conozca como fatalidad.

A menudo se establecen paralelismos entre los candidatos, Rivera y Sánchez, -juventud, aires nuevos- pero lo cierto es que el socialista no parece contar con los favores de los dioses. Tras dejarse algunos pelos en la gatera de las primarias con el caso del postergado Eduardo Madina y sus secuelas en forma de las candidatas Lozano y Cantero, Sánchez no ha tenido mi un momento de respiro. Acosado por los fantasmas del presente, barones territoriales, antiguos cargos y jarrones chinos con derivadas panameñas, se ha tenido que batir, además, con los del futuro, Iglesias y Rivera; y además, en vísperas de la convocatoria electoral, por si fuera poco, le han acabado por alcanzar los fantasmas del pasado, Chaves y Griñán.

Los errores de bulto de los gobiernos de Zapatero y vicios en el funcionamiento interno del partido, le han acabado por alejar de la realidad del país, de las amplias capas sociales que han venido sufriendo los terrible embates de la crisis y cada rectificación que se ha intentado hacer ha llegado tarde y mal, faltas tanto de ambición como de convicción, sin apenas pegada, frente a las propuestas más audaces de sus contrincantes, por incongruentes que estas fueran.

El que algún presidente regional aupado al cargo por mor de delicados encajes de bolillos se haya permitido aleccionar al candidato socialista con engolamiento oficial, chimenea encendida al fondo, evidencia que no se han enterado de nada, porque como rezaba una canción de Dylan, los tiempos están cambiando, y ahora las únicas chimeneas que deberían importar son las que combaten la pobreza energética de los miles de españoles que la padecen y no los artificios prendidos con la única intención de apuntalar una imagen institucional a duras penas cogida con alfileres.

Porque lo cierto es que el estar gobernando pese a los pobres resultados electorales pudiera haber situado al Partido Socialista ante una suerte espejismo enmascarando la realidad nada halagüeña de una organización que no ha hecho los deberes. Sólo así se puede explicar el guirigay montado en el momento más inoportuno, con la teatral dimisión de una irrelevante Chacón o la inexplicable «espantà» de Ximo Puig, transmutado en un racial «masclet» como por arte de magia.

Sólo Puig puede saber las razones últimas que le impelieron a actuar de esta forma, pero en caso de que fuera un intento de remarcar sus perfiles de líder del socialismo valenciano, más le hubiera valido no hacerlo a costa de los de Pedro Sánchez, que además, se vio con la papeleta de comprometerse a mejorar la financiación de la Comunidad Valenciana por escrito.

Si de galones se trataba, el de Morella podría, por ejemplo, haberse dejado caer por Alicante, con un presidente de la Diputación en frenética espiral de confrontación a la que solo Compromís planta cara y un Ayuntamiento convertido cada vez más en el camarote de los hermanos Marx.

El Partido Socialista tiene de lejos el mejor programa (que alguien se lo diga) y el candidato más solvente, el único de hecho que apela a la concordia y a una vertebración posible frente a frentismos suicidas e iluminados poseedores de la verdad absoluta, contra los que nos alertaba la catedrática de ética Adela Cortina no hace mucho, «economizar desacuerdos y esforzarse por conseguir pactos...»; justo lo que está permitiéndole gobernar en el País Valencià, donde al fin se respiran otros aires en la maltratada educación pública, por ejemplo, en manos de profesionales, Miguel Soler entre ellos (y el infatigable Jaume Fullana, compañero de fatigas del que suscribe en Calpe). El revuelo que la concertada está montando no hace más que recordarnos al Quijote: «Ladran. Luego cabalgamos» y los planes para el «rescate» de la educación secundaria, no pueden ser más esperanzadores.

Todo eso es cierto pero no lo es menos que ni Mónica Oltra es Pablo Manuel Iglesias ni el País Valencià es España y a los socialistas les queda aún mucho por hacer en tiempo de descuento. Lo primero, remar con convicción, y a ser posible en el mismo sentido porque volviendo a la canción de Dylan, «You better start swimming /Or you'll sink like a stone», «Mejor que empieces a nadar/ O te hundirás como una piedra».