Mis artículos anteriores sobre dos grandes alicantinos e íntimos amigos como fueron Gabriel Miró y Francisco Figueras Pacheco, a los que unió más si cabe su vecindad en el barrio de Benalúa, modelo de pequeña ciudad lineal que proyectara el arquitecto José Guardiola Picó, me ha llevado a pensar en quien da nombre a la plaza principal del barrio: Carlos Navarro Rodrigo.

Su caso supera con creces la grandeza de un autodidacta surgido de la pobreza que alcanzó unas notables cotas de orador parlamentario amén de periodista, poeta, ensayista e historiador, algo poco común entre los políticos actuales.

Nació el 24 de septiembre de 1832 en la plaza de San Agustín, donde hoy se encuentra la de Quijano, cuya denominación se vincula al convento de los frailes Agustinos que fuera derruido y con posterioridad al de las Agustinas, también conocidas como Monjas de la Sangre, que ocupan el edificio donde estuviera el colegio de los Jesuitas.

De familia pobre dedicada a sobrevivir con trabajos artesanos, tuvo desde bien pequeño que realizar numerosos oficios con los que ayudar a la precaria economía doméstica, si bien aquel chico obrero espabilado siempre tuvo afán en formarse intelectualmente, compaginando su actividad laboral con los estudios de Bachillerato, concluidos a los 15 años y usando libros que le prestaban sus compañeros, al carecer de dinero para adquirirlos.

En uno de sus escritos afirmó: «Nacido en humilde esfera, hijo del pueblo, apenas si pude desde muy niño dedicarme a otra cosa que a ayudar a mi modesta familia».

Atraído por la prensa, trabajó en las imprentas de diversos periódicos alicantinos como copista y corrector de pruebas, pasando luego a redactar ya textos.

Sin posibilidad de estudiar por falta de recursos económicos, a los dieciocho años decide marchar a Madrid a buscarse la vida y consigue escribir enseguida en diarios importantes, publicando, antes de cumplir los diecinueve, su primer libro, Ensayos poéticos. Vinculado al general Leopoldo O'Donnell, en 1858 el elegido diputado a Cortes por Alicante con tan solo veintiséis años.

Formando parte del ala moderada del liberalismo que buscaba acuerdos con otras fuerzas políticas, las injusticias y represiones habidas en gobiernos moderados de Isabel II, le hacen apoyar la Revolución de 1868 que acabó con su reinado aunque fue partidario con el general Prim de una solución monárquica que se plasmó en la figura de Amadeo de Saboya.

Tras su breve reinado y el fugaz devenir de la I República, es nombrado Navarro Rodrigo en 1874, semanas antes de cumplir los cuarenta y dos años, ministro de Fomento, cartera que repetiría en 1886 y por un corto periodo de un año y ocho meses.

Ello no fue óbice para lograr en ese tiempo notables avances pues fue el gran reformador de la docencia y de los planes de estudio en España; creó los Institutos Provinciales de Segunda Enseñanza y las Escuelas Normales de Magisterio para reincorporarlos al Estado ya que pertenecían a las diputaciones que retrasaban el pago de los emolumentos a los docentes, fundando además una Caja de Derechos Pasivos del Magisterio que lo consideró su protector.

En Alicante creó la Escuela de Comercio (1887) que se ubicó en el edificio de La Asegurada. También subvencionó el funcionamiento de la Escuela de Artes y Oficios y apoyó la construcción del barrio de Benalúa, el primer gran proyecto urbanístico del siglo XIX, que se comenzara a construir a en 1884 por iniciativa de la Sociedad de los Diez Amigos que presidía el aristócrata madrileño José Carlos de Aguilera, marqués de Benalúa, de ahí el nombre de aquella barriada alicantina y el de su avenida más importante.

El respaldo que le diera Navarro Rodrigo desde la capital de España, propició el que en 1886 la gran plaza de 120 metros de longitud por 70 de ancho, llevara su nombre. Es el homenaje perpetuo que le rindió Alicante cuando ya desempeñaba la cartera de Fomento.

Llegó a ser presidente del Tribunal de Cuentas del Reino, falleciendo en su casa de Madrid el 21 de diciembre de 1903, tras lo cual el Ayuntamiento de Alicante decidió colocar una lápida conmemorativa en la fachada de su casa natalicia aunque de ella nunca se ha tenido constancia.

Muy vinculado también con Almería, fue nombrado Hijo Adoptivo de la misma, dedicándole una muy relevante calle, justo donde se encuentra el Palacio de la Diputación Provincial, y erigiendo en 1927 un monumento con un busto suyo en el céntrico Parque de Nicolás Salmerón.

Por desgracia, Alicante no ha llegado a tanto con su preclaro hijo a pesar de que en 1928, a propuesta del concejal y escritor Francisco Montero Pérez, aprobara el consistorio levantarle también un busto en la plaza de su nombre que quedó en una mera declaración de buenas intenciones. Una más.