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Brexit, Moncloin, Catalexit

Entiendo el interés por estas elecciones, pero no me negarán que las hay por lo menos de la misma importancia, si no de mayor trascendencia. El mes pasado el Magazine de INFORMACIÓN llevaba en portada: «El sueño se desvanece. Europa afronta su peor momento acosada por la crisis política, la economía, la gestión de los refugiados y el terrorismo». En el cuerpo del reportaje se refería a unas votaciones que pueden tener mucho impacto: «La amenaza del Brexit», decía. Y con razón. Si se descompone la Unión Europea los niveles de incertidumbre pueden ser mucho mayores que una sencilla repetición de lo sucedido en las Españas después del 20-D.

Obvio: no niego la importancia de las próximas del 26J, las del Moncloin, incluso si dan paso, como las anteriores, a un «teatrillo» como dijo la presidenta andaluza o a un «sainete» como ha dicho el actual inquilino de La Moncloa. Pero insisto en que las del 23J, las del Brexit, no han de ser perdidas de vista ni, en su momento, si tal cosa se produce, las del Catalexit que, de alguna manera, también sigue en campaña.

En las tres parece haber un predominio del sentimiento sobre el razonamiento hacia lo que cada cual (y el colectivo) gana o pierde según las diferentes posibilidades. Miedo, frustración, independencia, soberanía, identidad, pertenencia, raíces, importancia propia, entusiasmos, antipatías e incluso odios aparecen en las tres en proporciones cambiantes y, dentro de cada una, con oscilaciones a lo largo del tiempo. Qué dice mi corazón, no qué dice mi cabeza.

Cierto que sería preferible algo menos de sentimiento en todo esto. No como para hacerlo desaparecer, que eso es imposible, pero sí como para someterlo, como pretendían los ingenuos de la Ilustración, al control de la razón o, por lo menos, para reducirlo con algo más de desapasionamiento.

Algunos intentos de evaluar críticamente los efectos de unas u otras opciones sí que los ha habido. Desgraciadamente, no proporcionan certezas y acaban siendo aceptados por aquellos que ya pensaban lo que el informe pretende demostrar. Funcionan, según la vieja terminología, como confirmación en la fe, siendo la fe más importante que el dato.

En el caso de Brexit los ha habido de todos los colores. Tal vez más sosegados y más «flema británica», pero no por ello menos entusiastas ni menos abundantes. En cambio la polémica de Catalexit está mucho más polarizada con bandos más enardecidos y mutuamente excluyentes. Pienso, por ejemplo, en las «20 preguntas con respuesta sobre la secesión de Cataluña» que publicó en 2014 la FAES de José María Aznar, en una «actividad subvencionada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte». Lo que allí se decía resultaba tan creíble como el comunicado del Col·lectiu Wilson afirmando lo contrario y publicado por académicos internacionales pocos meses después de la FAES. El problema, en este como en tantos casos, reside en que nadie es depositario de la Verdad Absoluta y, por tanto, los favorables al Catalexit verán razonable lo del Col·lectiu mientras que algunos españolistas (no todos, pero por otros motivos) estarán de acuerdo con los planteamientos de la FAES.

Para el Moncloin el asunto está todavía menos claro ya que no se trata de «UE sí - UE no» o, con el Catalexit, «Independència si - Independència no». Hay más bandos en juego, pero también resuenan los claros clarines a través de los cuales cada cual muestra el horror que acompañaría la hipotética victoria de alguno o algunos de los restantes contendientes. Pero, de nuevo, estamos hablando de sentimientos incluso cuando lo que se plantea es estar a favor o en contra de algo (impuestos, plurinacionalidad, referéndum, reforma laboral, renta mínima). Son pequeños banderines de enganche en los que lo que se provoca no es la reflexión (qué ganaría, qué ganaríamos, qué perdería, qué perderíamos) sino la adhesión al sentimiento general ya que las propuestas, sobre todo las de imposible o incluso las de improbable puesta en práctica, vienen envueltas en sentimientos.

Pero no gana/pierde la ciudadanía, la gente, la nación, sino personas concretas. Por supuesto, los candidatos que concurren o han hecho de aprendiz de brujo. Pero más gente. Por ejemplo, si la UE se hunde y España se queda sin las actuales ayudas al campo, ¿quién pierde? ¿El país? Pues, de entrada, los terratenientes que se benefician más que nadie de las «ayudas» a «su» campo. Y ahí sí que no ha lugar el recurrir a los sentimientos. Bueno, a los de los que no se enteran sí. Pero engañados.

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