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Se marcha un señor

En la fiesta de los Importantes de INFORMACIÓN, a finales de febrero, tuve la oportunidad de hablar con Rubén Baraja y me convenció. Las nuevas políticas de comunicación de los clubes ponen mil barreras a la relación entre jugadores y técnicos y la Prensa, sin darse cuenta de que el cara a cara es el mejor aliado para entenderse. Yo no comprendía, hasta ese día, muchas de las cosas que hacía el preparador franjiverde, pero tras escucharlo llegué a la conclusión de que tenía un equipo para luchar por llegar a los 50 puntos. Nada más. Tenía claro que había que alcanzar esa meta lo antes posible tratando de que el tenderete no se cayera durante la travesía, como le pasó a la Ponferradina, por citar a un equipo que en octubre se sentía aspirante a subir y ha terminado en Segunda B. En esta categoría, si entras en barrena, estás perdido y eso trató de evitar Baraja hasta conseguirlo. Luego, se le reprocha el mensajito del paso adelante, cuando, como muy bien dijo él, «la vaca ya no daba más leche». El equipo estaba al límite y faltó la pizca de suerte para meterse en la promoción.

Ha sido un caballero hasta el final, sin ningún tipo de reproches y con un máster de conocimiento impensable para un debutante en un banquillo profesional. Mucha gente no ha sido justa con él, aunque sus jugadores le brindaron una ovación ayer que compensa todo lo sufrido. Me convenció en el cara a cara por su honestidad y con el paso del tiempo se le recordará como el hombre silencioso que recogió a un Elche al borde de la tumba y lo volvió a hacer soñar.

Conviene no olvidar que fue contratado por Juan Anguix, anterior presidente, en el pasado mes de julio, cuando el club aún confiaba en competir en Primera División tras los recursos presentados por el descenso administrativo. Comenzó a trabajar con Pedro Mosquera, Fayçal Fajr, Lombán, Aarón Ñïguez, Víctor Rodríguez o Adrián González, artífices de la permanencia en Primera, y a principio de agosto, con el descenso a Segunda consumado en los despachos, no tenía a ningún jugador al que entrenar. En 20 días, junto a Ramón Planes y Juan Contreras, se confeccionó una nueva plantilla que comenzó a competir sin hacer la pretemporada. Casi, de la nada, consiguió el milagro de la permanencia, único reto marcado por la entidad, a falta de diez jornadas para el final de la Liga, pero no pudo conducir al grupo hasta la promoción, pese a que el equipo estuvo hasta la penúltima jornada con opciones matemáticas. Ha tenido la suerte de vivir al margen de las situaciones institucionales, pero en el camino ha conocido a tres presidentes: Juan Anguix, Juan Serrano y Diego García. Se va un señor que en su primer año como técnico profesional vivió situaciones complicadas, que supo hacerla sencillas. Algo que no es nada fácil.

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