Hay lenguajes corporales que lo dicen todo. En la fotografía, la cámara ha captado a nuestro compañero Gerardo Camps relajado, un tanto inclinado en la silla, la pierna izquierda cómodamente instalada sobre la derecha, el vestuario informal pero elegante de político profesional de fin de semana, la boca y la mirada detenidas en una media sonrisa que parecen decirle a algún asistente a la reunión, ay compañero, tú y yo sabemos de lo que estamos hablando. Claro que sí. Lo sabemos todo. Hemos hecho un largo trayecto para llegar hasta aquí. Años de comilonas y excelentes vinos en restaurantes de lujo y etiqueta que combinábamos con confortables viajes en coches alquilados de alta gama. Por supuesto, todo cargado en gruesas facturas a las arcas públicas que hablaban de lo bien que hemos sabido vivir, de lo reguapa que nos ha tratado la vida. Eso sí, hay algunos que no lo entienden. Que creen que, después de todo lo que hemos hecho por el buen comer y el buen viajar en este país, deberíamos ocultarnos. Ser un poquito más discretos. No destacar tan en primera línea en esta enésima precampaña/campaña electoral, no aparecer tan próximos a los compañeros Eva Ortiz y Luis Barcala, taparse un poco más, retirarse a la retaguardia de la imagen, allá donde nada se atisba ni de vestuarios informales ni de lánguidos cruces de piernas. Incluso los más exagerados dicen directamente con sorprendente descaro que no deberíamos ni salir en la foto. Que tendríamos que marcharnos a casa. Qué injusticia. Qué forma de ignorar nuestra trascendente contribución a la más exquisita historia de esta nuestra comunidad y a su gastronomía. Qué modo tan rastrero de ningunear que somos nosotros los que encarnamos «el orden y la sensatez», tal y como expuso este mismo sábado nuestro líder Mariano Rajoy. Porque el presi sí que sabe de todos nuestros méritos. Por eso sigue confiando en nosotros. En nosotros, que somos lo de siempre.
