O las «Huestes del Cadí Finado». Propongo cualquiera de las dos denominaciones anteriores para mi querida comparsa. Porque, después de contemplar el boato que desplegó en la Entrada Mora de la tarde de ayer, parece claro que la denominación originaria ya no sirve. Magnífico cortejo fúnebre, con participantes de luto, en el que no faltaron exóticas plañideras, eso sí, escasas de ropa para regocijo de la concurrencia, arropando en un último homenaje al cadí de cuerpo presente en su catafalco. Parece ser que fallecido a resultas de intrigas palaciegas, y no de una forma tan prosaica como es de viejo, en su lecho de la alcazaba de Elda.

Desde luego que a original ningún otro boato le va a ganar. A ver quién es el guapo que en unas fiestas saca un entierro, aunque sea simulado, salvo el de la sardina. Falta saber si, además de la «estética», la extravagante puesta en escena también encerraba un mensaje subliminal. Esto es: que como no se trabaje duro, las huestes van a seguir la misma suerte que el cadí fenecido. La comparsa ha pasado de tener mil dieciséis socios en el año 2001 a poco más de seiscientos en la actualidad, después de haber atravesado su particular «hondón» hace unos años. Me consta que soplan nuevos vientos en su junta después de una etapa con más sombras que luces en la dirección de su destino, que dejó en la cuneta a un buen número de socios. Así que, por encima de las modas a las que ninguna comparsa eldense por desgracia se sustrae, es de agradecer una política de captación de nuevos socios que asegure un futuro festero en plenitud, a ser posible sin que se resienta la identidad de la comparsa.

Pero volvamos al boato luctuoso de ayer tarde porque nos plantea la cuestión cardinal de lo original y lo conveniente en la Fiesta.

Viene a cuento de ello una anécdota que viví en las fiestas de hace unos años. Subía un servidor por la calle Padre Manjón a media tarde del sábado cuando me encontré con el boato que bajaba. Me detuve a contemplarlo en una esquina unos instantes, y recuerdo quedar admirado ante un enorme «moái» de la Isla de Pascua alrededor del cual danzaban una especie de «rapanuis» con vistosos taparrabos.

Una voz conocida me sacó del asombro preguntándome: -¿A qué es original?- Y quien esto les cuenta no pudo reprimir su respuesta: -Si hubiesen sacado un Apolo XII del que bajara un astronauta también lo sería-. Contestación que parece que no sentó del todo bien a mi amigo, que iba coordinando el desfile.

Camino de casa pensé en la interrelación entre «originalidad» y «pertinencia» en la Fiesta. Y que algunas veces, en el empeño de ser originales a toda costa, ponemos en riesgo la vinculación de trajes y escenografías con la Reconquista hispana; que es lo que, en el fondo, y de forma festiva, representamos.

Lo de ayer desde luego que fue muy original, ¿quién ha representado alguna vez el entierro de la figura que da nombre a una comparsa? Que cada cual juzgue la pertinencia.

Vivan las Huestes del Cadí. Y que pronto nombren a un nuevo juez musulmán que no nos deje huérfanos. Feliz fin de fiestas.