Yo le profeso a Juan Ignacio Crespo una simpatía especial. A este matemático y estadístico español, además de influyente asesor de inversiones -de quien se dice que fue de los pocos que vio venir la recesión de 2008- hay que escucharle con atención. Sus análisis desprenden, a mi modo de ver, una claridad que no luce entre los gurús al uso.

Acaba de publicar un nuevo libro, «Por qué el 2017 volveremos a entrar en recesión» y una serie de artículos y entrevistas (una muy reciente en Infolibre) donde plantea algunas de las claves de la economía global a manera de aviso para navegantes. Como él mismo confiesa, se atiene a los ciclos del capitalismo y deduce de ellos lecciones de las cuales aprender. Su tesis es que nos encaminamos a una nueva y corta recesión, no tan dura como la precedente de 2008, de la que resultará afectada la economía mundial, para remontar más adelante en un periodo largo de crecimiento. A España, dice el economista, la próxima recesión le afectará también, sobre todo en términos de empleo, aunque no será tan devastadora porque ya no quedan burbujas que pinchar (salvo la deuda).

Los datos que maneja alcanzan conclusiones difíciles de descartar: caída del precio de las materias primas, que continuarán su ciclo bajista. Caída de la tasa de ganancia de las empresas y la industria financiera, sobre todo en el referente de EE UU. Aumento del sobreendeudamiento global, que desde 2008, alcanza un escalofriante 220%. Tendencia a la subida de los tipos de interés, etc. Pero sobre todo, dice J. I. Crespo, el gran factor de desestabilización es la situación de China, que no solo está inmersa en una espiral de decrecimiento sino de sobreendeudamiento, lo que incrementará la fuga de capitales del gigante asiático y la devaluación del yuan (una moneda que está incluida en la cesta global de divisas) con consecuencias desastrosas para la mayor parte de las economías emergentes.

Lo más destacable del análisis de J. I. Crespo, al margen de aceptar el reto de moverse en medio de la locura del up and down del capitalismo financiero global, es su apreciación sobre los posicionamientos políticos que salen al encuentro. Porque es una constante que, en periodos largos de crisis y desempleo, se radicalicen las apuestas y los llamamientos heroicos a remar a contracorriente.

Cita J. I. Crespo a R. Reagan, que en sus primeros años como presidente preparó el camino hacia una profunda recesión a partir de subidas inauditas y a contracorriente de los tipos, o a F. Mitterrand que, de la mano con sus socios comunistas, se embarcó en políticas económicas que iban en dirección contraria a la fase de expansión de las economías vecinas, por lo que tuvo que retroceder de súbito a la ortodoxia no sin antes producir bastantes daños. Algo similar, dice Crespo, se podría dar ahora, a partir de movimientos políticos cargados de gran energía social, que van desde D. Trump a M. Le Pen, en un extremo, pasando por Syriza o Podemos en el otro, que tienen en común la obsesión por el repliegue nacionalista desde donde experimentar (en cabeza ajena) medidas a contracorriente.

La receta de J. A. Crespo es justamente la contraria, y muy precisa: «en caso de recesión, hay que hacer lo que hacen demás». Aunque a simple vista parece conservadora, la receta encierra grandes dosis de sabiduría prudencial. Naturalmente, seguirla no está reñido con la enorme tarea de regular la anarquía financiera existente, modificar la estructura de la UE, actualmente secuestrada, impulsar políticas de igualdad, redistribución y cohesión social, establecer modelos de renta básica universal (que dentro de poco serán plenamente ortodoxas, si no lo son ya) y un largo etcétera.

Traducido en pocas palabras, la cuestión es: mientras las crisis se alterne con periodos de expansión, lo urgente es arreglar la propia casa, no en términos de repliegue nacionalista, sino profundizando en el camino que señalan las contradicciones de la globalización. O eso creo entender de lo que dice Juan Ignacio Crespo.