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Sin título

Hoy es lunes. Vengo al estudio con la intención de adelantar el trabajo de la semana y empiezo por el artículo. Por este artículo. Traigo bajo el brazo un periódico del día para buscar inspiración y un café en el bandujo para templar estas entecas carnes que me envuelven. Esto de sacar la lengua a pacer todos los domingos en un periódico de buena tirada como éste no crean que no encoge la mano. Nadie está libre de cometer un error de bulto o de decir una memez de cierto calado. Y voy dándole vueltas al tema. A veces no se encuentra tema y a veces el tema te encuentra ti. Es el caso que ya tengo media mañana encima y sigo divagando. Del periódico que compré ya me he leído hasta los anuncios y no hay manera. La misma ponzoña, los mismos juegos de artificio de la casta política por pillar cacho y el resacón del último campeonato de fútbol que aún dura. Tarareo por lo bajo la canción de Serrat, aquella en la que las musas habían pasado de él y en la que veía a una niña que iba en bicicleta. Yo, desde la ventana del estudio, veo el parque de La Glorieta. Un desparrame de verde óptico y rosas que cuelgan de un muro. Veo nubes y gente que pasa. Sobre todo gente con perros y una bolsita de plástico en la mano. Algunos miran para los lados y disimulan. Otros recogen el ñordo y lo depositan cuidadosamente en una papelera. Y fíjense que, burla burlando, como en el soneto de Lope, ya tengo un cuarto de artículo escrito.

Punto y aparte. Hoy es lunes, como digo. Los lunes son la piel de gallina de las semanas, el arranque de una viciosilla incertidumbre, porque nunca sabremos qué nos deparará el destino el resto de los días. El himen virginal de las expectativas. Puede que, al correr de la semana, te llamen para algo bueno, un curro digno, un suponer o puede que algún bárbaro te desmonte el tupé de un lapo a mano abierta. Quién sabe. Monday, monday. Lo cierto es que, como quiera que tenga un trabajo que no es tal, sino el placentero goce de garrapatear cosas sobre un papel, puedo meter el hastío de un lunes en un sábado, por ejemplo, y dibujar o escribir con más o menos solvencia, con menos o más ramplonería. Yo les vengo a ser ustedes el tonto de los palotes al que nunca le falta una tiza con la que atizar su alma. Lástima que resulte tan arduo vender el alma, que hasta las más volátiles, dengues y tornadizas, necesitan comer de caliente al menos dos veces al día.

Mueve un aire tibio las copas de los árboles y la luz mete tizones intermitentes de sombra en el estudio. Pasa un ángel rubio en pantalón vaquero, un coche a toda leche con las ventanillas bajadas y reguetón a tope, un anciano con el óleo amarillo cadmio del tiempo pintado en la cara, una mujer gruesa, de brazos fieramente vacunados, que bufa mientras enjaeza la correa del sujetador sobre su hombro y un motorista con el infierno en el tubo de escape. Sí, ese mismo al que a todos, en un momento dado, nos gustaría meterle el escape por el sieso y dar gas a la moto hasta cansarnos. Confiesen. Hoy es el último lunes de este mes de mayo, el aire viene fino y el sol va envalentonándose. Mientras desvarío, como ya habrá podido comprobar el paciente lector, un gato cimarrón, flaco, mal encarado y de ojos desorbitados salta el muro de La Glorieta y con paso taimado se acerca hasta la puerta del estudio. Asoma la cabeza. Lo intuyo detrás de mí y a la que me vuelvo sale corriendo sobre sus pasos. Hasta tres veces repite la operación. Salta el muro, cruza la carretera, asoma la cabeza y me mira. La tercerea vez sigo a lo mío y le dejo hacer sin mover un músculo. El animalito, con mucha cautela, entra, atisba, olfatea. Lo tengo muy cerca. Confieso que me inquieta su presencia. Dejo de teclear. Muevo la cabeza muy lentamente. Ha subido al taburete que tengo al lado. Y del taburete a un busto de Aristóteles de escayola. Nos miramos. Parece que ha cogido confianza. Hay un hielo eterno entre su mirada y la mía y le hablo bajito para no asustarle.

-Hola. ¿Qué se le ofrece, joven?

El gato sigue mirándome sin pestañear. Pasa su lengua por el hocico. Se dilatan sus pupilas. Parece que esté a punto de hablar? y habla, como el cuervo del cuento de Poe. Pero no dice «nevermore, nevermore», ni el busto es el de Palas Atenea, ni yo soy un erudito atormentado por la pérdida de mi novia Leonor. El gato cimarrón, feo como él sólo, con las orejas mordisqueadas por noches de pasión sobre los tejados, abre la boca y dice:

-¡Pringao! - Y se va por donde ha venido, sin quitarme la vista de encima y mirándome con arrogancia y aún autosuficiencia.

En fin, monday, monday?

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