Desde el viernes, como tantos viernes volviendo en el AVE de tarde de calor, con todo Madrid desembarcando en estas tierras de mar, tenía ganas de escribir sobre esto. Ahora que empieza de verdad el verano, ahora que va llegando ese estado del alma que transforma el olor de sal, el azul del mar y ese tufillo a barbacoa que, con ánimo veraniego, nos transporta a anuncios de Mediterráneo y cerveza Damm... Ahora que «Las bicicletas son para el verano» como siempre y las playas de mi infancia siguen siendo de tarde de arroz, sol impresionante, cuerpo y música bajo una sombrilla; ahora que suena ese largo y genial estado de paz cuasi eterna que confiere el estío al borde de este azul increíble que llega hasta Ibiza... Ahora que las Fogueres marcan su inicio con mascletà nocturna incluida y carrerilla hacia la «plantá» y que ya sabemos que, una vez más, bailaremos calles enteras de día y noche con abanico y hasta Enrique Iglesias protagonizando el musicón de las Fiestas... Ahora, justo ahora, es cuando toca hablar de Hombres y Mujeres y, por qué no, de AMOR, con mayúscula, sí... Quizás porque el verano es momento de amores y amor, de ritmo de noche y día, de viajes, de aventuras y libros, de episodios inacabados o algunos que siempre quedarán por empezar, como cuando de pequeña iba a La Vila (ese pueblo de colores) y mi amiga Ana Galiana soñaba conmigo cómo haríamos esa vida de «mayores» mientras empezábamos ya a serlo, a bordo de una divertida scooter de su padre... Quizás porque es tiempo de riesgo o porque simplemente el calor mueve el «organismo» hasta encontrar incluso como remediar su nivel de temperatura... Quizás por todo ello, apetece hablar de una vez de esa terrible y, a la vez, intrépida cuestión del amor y el sexo en cada sexo, o sea de cómo nosotras vivimos prácticamente en Venus y ellos no saben salir de Marte. O bien porque llamamos amor a lo que, en purita verdad, es más bien sexo, que tampoco es mala cosa, ¿eh?... No salgo de mi asombro cuando sigo viendo las secuelas que «Cincuenta sombras de Grey» han propiciado en esta generación (cuánto daño cerebral ha hecho el asunto?), quizás más graves que las que, en su día, provocó «Nueve semanas y media». Pero todavía me resulta más cachonda la ecuación que ha dado lugar a que, cada sábado de este casi verano, una horda de chicas desembarque en Alicante, Elche, Benidorm (aquí se llevan la palma) o vaya usted a saber, se coloquen unos trapos imposibles, una especie de «falo» en la mismísima cabeza (alguna tiene el detalle de comprarlo rosita y hasta engastarlo sobre una diademita...) y en turba se planten por las calles con gritos y ruiditos varios hasta dejar claro que, una vez más, hemos cogido lo peor del otro sexo para hacerlo nuestro, vamos... Rozando el ridículo más estrepitoso además de la incoherencia más lustrosa para nuestro maltrecho sexo desde tiempos remotos. Y hablando, porque hay que hablarlo, vuelvo al tema, el AMOR. Esa cosquilla que sin duda es energía que te achucha el corazón, te saca sonrisa de «boba perpetua» y te hace brillar hasta debajo de la sombra y la oscuridad de un búnker... Pero también es esa suerte de tortura que, sin quererlo, puede transformar una bella historia en un drama sin parangón, una desazón que te deja sin palabras y te arrasa el alma. Porque si hay algo que me tiene, y ahora más, perpleja es el eterno diálogo entre hombres y mujeres. No es que sean de Marte, es que no han salido muchos de allí todavía ni para coger aliento... Y por eso, porque seguimos sin entenderlos, y ni falta que hace «en verdad», me ha encantado este sábado ir al Festival de Cine de Alicante y comprobar que , como siempre, los sueños de amor y desamor son eternos protagonistas. VIPS de lujo en diálogos geniales y disconformes de mujeres, grandes mujeres, que me hacen pensar. Carmen Machi esta insuperable en «La puerta abierta», seguro... Pero «Juegos de Familia» tiene pinta a cine con mayúscula... En todas ellas y en la alfombra roja, donde Marian Álvarez es soberbia presencia, nuestra cabecita nos hace pensar que algo nos hemos perdido, aunque, puede que, a estas alturas, incluso hasta no queramos ni recuperarlo... Feliz domingo de sueños y casi amor, ¿por qué no?