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Rogelio Fenoll

Un mito pop

Dijo John Lennon que los Beatles eran más populares que un tal Jesucristo y se armó la marimorena. Eran los años sesenta y el mundo occidental se asomaba al embrión de la globalización, que empezó por la música y el deporte, por el nacimiento de los mitos contemporáneos, las estrellas del siglo XX que se nos van ultimamente a puñados: estamos en el duelo de un príncipe cuando se nos muere otro rey y no salimos del ilustre panteón, luego vendrá el santoral anual, los aniversarios y, en definitiva, el homenaje a una era, la de los héroes, los mitos con los que hemos crecido: los analógicos, de carne y hueso. Muhammad Ali fue leyenda del deporte, de ese que aún discutimos si es belleza o crueldad, como aquí con la cultura de la espada y el capote, pero fue ante todo un mito pop, más popular que los Beatles y más transgresor que Lennon. Todos, desde Dylan hasta James Brown, corrieron a fotografiarse con él. El Elvis del boxeo, como se calificó a sí mismo, el afroamericano que se codeó con la radicalidad negra de su época, transcendió los límites del cuadrilátero desde que dijo no a la guerra del Vietnam y soltó aquello de «los Congs no me llaman nigger». ¿Es exagerado decir que Ali hizo más que Luther, los Panteras Negras o Malcom X por la igualdad racial? Probablemente no: en la época gloriosa de los mass media muchos empezaron a darse cuenta que un gesto en el momento oportuno podría ser más poderoso que la acción política y los discursos. Alí inauguró una nueva categoría, la del deportista convertido en estrella del rock, -que luego emularon oros muchos con menos gracias, como Tyson- que llenaba estadios en Occidente y en África, la de quienes supieron utilizar lafama para otras causas, la de quienes trascendieron el deporte y se convirtieron en referentes sociales. Más allá de su gloria ante Frazier o Foreman, de la leyenda deportiva, me quedo con la fuerza de un púgil que grita «soy un hombre libre» y provoca un terremoto mundial.

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