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El indignado burgués

Enemigos

Es muy triste no tener enemigos, resulta hasta un poco descorazonador. Yo creo que es un drama a la altura de no tener amigos, porque tanto unos como otros te sitúan en tu lugar y te sirven de referencia. Especialmente disfruto con los enemigos que se disfrazan de amigos: esos que te dan palmaditas en el lomo halagando tu ego, loando cualquiera de tus virtudes, desde lo bien que te sientan las corbatas de Hermès al volumen de tu pelazo (si lo tienes) o la estructura de tu cráneo (si no). Son esos mismos que te clavan sin ningún remordimiento y por la espalda sus navajas en tu costillar, sin sospechar que donde menos te lo esperas salta el alma caritativa para contarte que quien tú creías amigo -o al menos colega- conspira para quitarte de en medio y por la vía rápida. Hay que ser muy listo para no caer en la trampa y, aún así, a veces te desparramas por el acantilado, bien por el ego o por eso que dicen siempre los toxicómanos: «no te preocupes que yo controlo».

Hace tiempo que leí una frase que me impactó y no tuve más remedio que aplicármela, de tal modo que la incorporé a mis genes: «Lo importante no es quién llama para pedir tu cabeza, sino quién se pone al teléfono». A cualquiera que haya tenido un cierto protagonismo le habrá pasado; concretamente quien aquello decía era el periodista José María García, alias «butanito», pero la frase es perfectamente extrapolable del Rey para abajo y más en este país donde la envidia es el pecado capital seguido muy de cerca por la soberbia, estando muy sobrevalorada la lujuria, pobreta. Normalmente son «amigos» los que llaman; seguramente para hacerte una caridad.

Es verdad que hay enemigos que te hacen mejor y enemigos casposos que te llenan de babas. Góngora y Quevedo se odiaban a muerte y sin embargo su enemistad los hacía elevarse sobre las cabezas de los escritores contemporáneos y en el Siglo de Oro esa no era una competencia baladí. Lo malo es cuando tienes enemigos de chichinabo, esos de la cuchilladita cuando creen que nadie les ve, de la afirmación insidiosa y el deshacerse en elogios hacia ti cuando se creen descubiertos.

Dentro de esa rama de enemigos cobardicas los peores son los que en tiempos se beneficiaron de favores. Me he repasado el refranero y, o los españoles no somos muy de hacer mercedes o la práctica nos indica que es mal negocio: «En creciendo los favores luego crecen los dolores», «Favor harás y pronto te arrepentirás», «¿Cuántos enemigos tienes? Tantos como favores he hecho». Y éste que no conocía y es buenísimo, aunque rima regular: «Favorecer a un bellaco es echar agua a un saco».

Y si hay que tener mucho cuidado con los enemigos, no conviene descuidar a los «amigos», sobre todo a esos que te llevan al desastre , porque cuanto más te aplauden más peligrosos se vuelven. El final de nuestro deambular por este valle de lágrimas (para unos, que para otros es tierra prometida de la que mana leche y miel) suele ser parecido. A todos nos sacan a hombros, pero mientras unos salen por la puerta grande entre ovaciones a otros les arrastran hacia la portilla del desolladero. A menudo no son siquiera tus actos los que te conducen por una u otra salida, pero tuyos, del vecino o de tu tía Enriqueta, tan pecado es la acción como la omisión.

Ya me gustaría ser tan buena persona como Martí: «Cultivo una rosa blanca/en junio como en enero/ para el amigo sincero/ que me da su mano franca. / Y para el cruel que me arranca/ el corazón con que vivo,/ cardo ni ortiga cultivo;/ cultivo la rosa blanca». Muy bonito, muy loable, muy de entrada cursi en el feis con música de violines o del «Canon de Pachelbel», o como norma del "«Manual de los perfectos Mundos de Yupi», pero a mí, qué quieren que les diga, me gustan los autos de fe con leña verde y soy más del castigo que ideó Dante para los traidores en el Noveno Círculo del Infierno, y que, con sus respectivas variantes, suponía que los sumergieran en hielo para toda la eternidad. Mi alternativa favorita es la inmersión en el hielo con la cabeza echada hacia atrás, «para que se les congelen las lágrimas en los ojos, evitando dar rienda suelta a la pena en lágrimas». Jejé, esa sí que es buena? y poética.

También es verdad que para los que militan o creen en religiones existe una tercera variedad, más peligrosa que los amigos y los enemigos, que son los compañeros de partido. Como yo soy ácrata y mi única fe es en Don Santiago Bernabeu, de eso que me libro.

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