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Juan José Millas

Interior y Agricultura

Me paró un individuo en la calle y me preguntó por favor cuántas eran ocho por cinco. Cuarenta, le dije. El sujeto me dio las gracias y seguimos cada uno nuestro camino. Al llegar a casa se lo conté a mi mujer y me dijo que a ella, el día anterior, le habían preguntado quién era el autor de La divina comedia. Le describí al tipo del ocho por cinco, por si se trata de la misma persona, pero no se parecía nada al de Dante. Me fui a la cama asombrado por la situación. Al día siguiente estaba en un bar, tomándome un café con una ensaimada, cuando la mujer que desayunaba a mi lado me preguntó por las propiedades del sustantivo. En mi mundo, hasta entonces, los desconocidos te abordaban para preguntar por la hora, por una dirección, o para pedirte fuego. Estas demandas me parecieron completamente nuevas.

Al salir a la calle, me acerqué a una parada de autobús y pregunté a una adolescente por la composición del agua.

-Dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno -me respondió con naturalidad, sin mostrar extrañeza alguna por mi interés. Comprendí que el mundo había cambiado sin que yo, dado como soy al ensimismamiento, lo hubiera advertido. Ese mismo día, después de comer, encendí la tele para ver las noticias y salió el ministro del Interior, que, según dijo, acababa de leer una novela de Dostoievski de la que se deshizo en elogios. También apareció el de Agricultura para recomendar De rerum natura, el célebre poema de Lucrecio sobre la naturaleza del universo. Cuando llegó el momento de la información deportiva, el capitán de Real Madrid, después de felicitarse brevemente por los últimos éxitos de su equipo, recomendó a los espectadores que acudieran al Museo del Prado para visitar la exposición recién inaugurada sobre El Bosco.

Como ya habrán adivinado ustedes, todo esto no fue más que un sueño. Lo portentoso es que al salir a por la prensa pasé por un colegio en cuya puerta había un crío haciendo a toda prisa los deberes. Al verme, se dirigió a mí para preguntar cuántas eran ocho por cinco. Cuarenta, respondí con la sorpresa que cabe imaginar, y continué mi camino en la esperanza de que se reprodujera también el resto del sueño.

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