Inmersos como estamos desde hace varios meses en la polémica sobre el grado de libertad que pretenden tener los locales de restauración y de ocio de la ciudad de Alicante en el cumplimiento de los horarios de cierre establecidos legalmente, no debe olvidarse -como punto de partida- que la principal característica que debe tener un municipio que aspire a tener un flujo constante de visitantes es la de la diversificación de su oferta, es decir, la de atraer al mayor número posible de personas con diferentes inquietudes y que encuentren, todas ellas, una respuesta idónea a sus propios deseos. Al menos en teoría.

La moda de lo que se conoce como tardeo surgió en Alicante hace unos cinco años cuando grupos de treintañeros cercanos a la cuarentena -imaginamos que solteros y solteras sin hijos que atender- decidieron comenzar la noche de los sábados tomando aperitivos y bebiendo cerveza a las doce de la mañana en un bar situado en la parte trasera del Mercado Central. Se tomó la costumbre de no regresar a casa enlazando hasta la noche en las calles del centro o en la zona de bares del puerto. Con posterioridad, la zona de tardeo se extendió a la calle Castaños y a los aledaños del teatro, con la esperada consecuencia que tienen siempre este tipo de hábitos. Por un lado, las evidentes molestias que tienen los habituales clientes del mercado que desean comprar fruta o pescado fresco y que no pueden acceder por la puerta trasera dada la marabunta que se forma. Además, los vecinos de las zonas afectadas por esta nueva moda tienen que soportar el griterío que se crea cuando todos los «jóvenes» que se apuntan al tardeo hablan a voz en grito animados, sin duda, por la ingesta de bebidas espirituosas.

Por otro lado, la degeneración del comportamiento de los asiduos a esta clase de concentraciones «culturales» ha tenido como consecuencia la proliferación de suciedad y de botellones que se llevan a cabo en cualquier punto de la ciudad y a cualquier hora, así como la aparición de mingitorios espontáneos en los sitios más insospechados, como ya dio cuenta de ello el Diario INFORMACIÓN hace unos meses con la publicación de unas fotografías en las que se veía a chicas muy jóvenes orinando entre los contenedores de la basura del centro de Alicante.

Esta moda, que en realidad no es otra cosa que empezar a beber a las doce del mediodía con la disculpa de que se le ha puesto un nombre sugerente, se ha extendido a la Playa de San Juan. En concreto, a los alrededores de un pub de la avenida de la Costa Blanca conocido por servir paellas gigantes en cuyas cercanías se organizan botellones en los maleteros de los coches a plena luz del día, momento que es aprovechado por la juventud dicharachera para orinar a calzón quitado (frase traída aquí en sus dos sentidos ) entre los coches o en los contenedores de la basura. El olor a porro que hay a las dos de la tarde en los alrededores de este conocido pub y la ingente cantidad de bolsas de basura que quedan desperdigadas por las aceras demuestran la total impunidad con que se realizan actos a todas luces ilegales. Lástima que no se instale un control de alcoholemia todos los sábados y domingos a mediodía en la zona de la Playa de San Juan: la Administración recaudaría ingentes cantidades de dinero que podrían ser destinadas para la mejora de la limpieza de las calles o para la apertura de nuevas bibliotecas.

Un domingo de hace tres años decidí dar un paseo a las doce de la mañana por el Barrio con mis hijos. Quería volver a ver los minicines Astoria, donde tantas tardes y noches pasé en los años 90 gracias al buen hacer de su propietario, Paco Huesca. Enseguida me di cuenta de mi error. Mientras caminábamos tuve que tener mucho cuidado para que no pisaran los miles de cristales rotos que había desperdigados por todos lados, las vomitonas y los orines que inundaban, literalmente, las calles del casco antiguo. Cuando por fin llegamos a los Astoria tuve la misma sensación de abatimiento del protagonista de la película Cinema Paradiso cuando regresa, siendo un director de reconocido prestigio, al cine de su pueblo en el que trabajó en su infancia y juventud. Las paredes del que fuera uno de los mejores cines de España estaban plagadas de absurdas y ridículas pintadas (los grafitis son otra cosa), las paredes desconchadas y el vestíbulo lleno de papeles y de bolsas de plástico. En cualquier ciudad europea el casco antiguo de Alicante sería unos de sus principales reclamos turísticos, algo parecido al barrio del Born de Barcelona, es decir, un lugar lleno de excelentes tiendas de todo tipo y de pequeños bares que no desentonan ni un ápice con el entorno. En Alicante, en cambio, lo que podría haber sido una zona que explicase el pasado de la ciudad hace muchos años que se convirtió en un estercolero un fin de semana tras otro, lleno de borrachos locales y de los pueblos cercanos que vienen a Alicante a hacer lo que no pueden en su localidad de origen.

No recuerdo en qué momento la calle Mayor perdió el atractivo que tuvo alguna vez. La librería Lux hace tiempo que cambió de ubicación. La última vez que cometí el error de pasar por esta calle camino del Ayuntamiento sólo lo pude hacer por el estrecho margen que dejaban las decenas y decenas de mesas con sus respectivas sillas que impedían ver el suelo.

Pero no todo es negativo. Durante años he disfrutado los sábados por la mañana de exposiciones gratuitas semivacías de público. De esa clase de exposiciones que cuando los valencianos las visitan en alguna ciudad europea pagan por entrar y hacen una cola de dos horas. He tenido a escasos centímetros, y en la soledad absoluta, primeras ediciones de El Quijote, cuadros de Velázquez u objetos históricos de primer nivel. Así que todo lo que puedo decir es ¡gracias tardeo!