Desde que comencé a tener conocimientos de la Historia del Arte he admirado el misterio, la magia, la maestría de El Bosco. Por eso, al cumplirse el 500 aniversario de su fallecimiento este año 2016, me atrevo a escribir unas líneas de sencillo homenaje a quien fue uno de los pintores más apreciados por Felipe II, al que se debe que en El Prado se conserve la más extraordinaria colección de obras de El Bosco que posee museo alguno.

Jeroen van Aeken, conocido como Hieronymus Bosch o El Bosco, nació alrededor de 1450 en Flandes, de una familia procedente de Aquisgrán. Su ciudad natal fue probablemente 's-Hertogenbosch, de la que tomará su apelativo el artista, fallecido en agosto de 1516. El Bosco es el pintor más original del arte flamenco, no solo por los temas que representa, sino por su sentido de la forma, que rompe totalmente con el estilo tradicional. Se encuentra en sus obras profusión de figuras que, como en un alarde de libertinaje pictórico, representan extraños objetos, seres irracionales y humanos con rasgos anatómicos intercambiados, en actitudes extravagantes, con vestimentas incongruentes; lo que explica que un primer examen produzca perplejidad y desorientación en el observador. Estudiando todas las obras de El Bosco, comprobando cómo se repiten temáticamente los mismos elementos o grupos de ellos, podemos llegar a la conclusión de que son «símbolos» utilizados por el artista para expresar pensamientos y sentimientos suyos o de su época. Y que la intención del arte singularísimo de El Bosco fue no solamente zaherir los vicios de la sociedad de su época y la relajación que se había apoderado de las órdenes monásticas, sino describir las debilidades a que el hombre está constantemente expuesto, para convertirlo en fácil presa de las asechanzas del maligno. Cuando El Bosco para hacer sátira de la mala vida emplea su lenguaje simbólico, a veces con una amplitud y densidad extraordinarias, prosigue lo tantas veces reflejado en capiteles románicos, en las sillerías de los coros catedralicios, en bestiarios y en la literatura y expresiones populares de la época, no pensando que alguna vez resultaran enigmáticas sus obras, ya que sus contemporáneos estaban familiarizados con toda esta simbología.

De El Bosco se conservan solo unas cuarenta tablas de autenticidad indudable, exhibidas en museos de Brujas, Bruselas, Fráncfort, Gante, Lisboa, París, Rotterdam, Venecia, Viena, Washington? Pero destacaremos únicamente las atesoradas en El Prado, que son las de mayor importancia y significación.

De entre las obras juveniles de El Bosco, realizadas entre 1475 y 1480, es fundamental La mesa de los pecados capitales, pues en sus escenas explicadas se pueden buscar modelos y grupos cuyo sentido no se encuentre claro en otras obras del pintor.

Enseguida una obsesión se apoderó de El Bosco, como de Erasmo, en la misma época: la de la locura. Y entre otras obras destaca El carro de heno, cuya idea general está inspirada en un proverbio flamenco de la época, que dice: «El mundo es un carro de heno del que cada uno toma lo que puede». Por eso, en la tabla central de este tríptico un enorme carro de heno, emblema de los efímeros placeres, aparece rodeado de un nutrido cortejo, representación de la humanidad, en el que se mezclan monjes, laicos, un emperador y un papa que se afanan por llegar a él, luchando e incluso matando por conseguirlo.

A partir de 1500 se inicia la serie de obras de madurez de El Bosco, llegando a un poder expresivo y a un refinamiento técnico prodigiosos. Mientras que, obsesionado por el polimorfismo del diablo atestiguado por los demonólogos, nos descubre a Satanás manifestándose en los monstruos más antinaturales y en un cosmos de criaturas larvarias, fruto de la continua transformación demoniaca.

La culminación de este periodo del artista es El Jardín de las Delicias, que ilustra la marcha retrógrada de la humanidad, encaminándose desde el paraíso terrenal al infierno, tras disfrutar toda clase de goces lujuriosos. Ello permite a El Bosco descubrirnos los más inusitados tipos, mezclando desnudos de ambos sexos con seres fantásticos. Sin que el enorme torbellino de alegorías y alusiones que envuelve las figuras, el ambiente, la pintura misma, menoscabe las posibilidades expresivas del artista, que de ellas saca una vitalidad e inventiva inagotable.

Pero si la omnipresencia del mal es evidente, El Bosco también sugiere con sus cuadros de ascetas que la salvación es posible para quien la busca y en Las tentaciones de San Antonio el eremita se nos muestra como la más pura esencia de la contemplación.

Quizá el tríptico más hermoso de El Bosco sea el de La Epifanía, que nos presenta en la parte superior de las tres tablas uno de los paisajes más bellos de color, técnica y composición de toda la pintura flamenca, mientras que los personajes destacan por la riqueza y minuciosidad de detalles ornamentales.

Evidentemente, es justificable la fascinación que El Bosco ha merecido hasta nuestros días y sus admirables trabajos están abiertos todavía a nuevas interpretaciones, no ya diferentes, sino más aún, antitéticas, como es característico del análisis crítico de su obra genial.