Siento una especial admiración por los médicos rurales o de pueblo, y por su cercanía al paciente, y me parece que constituyen una figura representativa de la vida rural, presente en la tradición literaria y en la memoria de nuestros abuelos, en la que el médico de pueblo es además de doctor, confesor y psicólogo, en todo momento y durante toda su vida.

Y protagonizada por el gran actor François Cluzet, capta mi atención, Un doctor en la campiña, que es el título de la última película de un cineasta también francés que ejerció la medicina durante años antes de pasarse al oficio de director, y que cuenta en su último filme la historia de un abnegado doctor que ejerce la medicina rural y que, en una entrevista, dice que el lema de la profesión médica debería ser escuchar, y que como joven interno realizó alguna sustitución en zonas rurales donde aprendió mucho de la medicina de la proximidad, donde el médico es, además de doctor, un amigo y un confidente.

Y es un señor llamado Thomas Lilti, el médico y director de cine francés, que vuelve a hablar de su profesión tras Hipócrates, que es la película que le hizo famoso y que contaba los inicios de un joven médico en un hospital de París, quien dice también que la curación está también en nosotros mismos y en quienes nos rodean, lo cual comparto plenamente pues como explico en mi libro La Medicina Emocional se puede mejorar la salud aprendiendo a manejar las emociones, pensamientos, sentimientos y actitudes para que, a través de ellos, y por la conexión y relación existente entre la mente y el cuerpo del individuo, se pueda llegar a la mejora y al fortalecimiento de la salud, así como, en unión de otras estrategias, a la prevención, el alivio y la curación de las enfermedades.

De modo que cierro los ojos y evoco un pueblo no muy pequeño, y recuerdo un gran médico y mejor persona, a quien podías encontrar en su consulta, pero también en la plaza o en el paseo y en todas partes, y siempre, era doctor y persona, ciencia y humanidad, afecto y admiración.