Desayunaba con la «tele» encendida, mal hábito, y puesta en la primera cadena, esa que dicen que es de todos los españoles pues el dinero público la financia. De pronto aparece Fátima Báñez hablando por enésima vez de su magnífica reforma laboral -según ella y alguna patulea de su partido- y de lo que ha significado para este país y sus proletarios. Y se me puso mal cuerpo y se me jodió el desayuno. Desde luego el concepto de responsabilidad, planteado por esta ministra, a la que no se le conoce trabajo previo antes de ser política, dista mucho de esa prevención que dicta que la peor opción siempre es aquella donde se produce el mayor número de actos perniciosos al menor coste posible. En su caso es casi exactamente al revés: poco trabajo en ella y mucho daño para los demás.

La razón de que tal reforma laboral me haya parecido siempre una atrocidad es que ha producido más daño del necesario intentando impedir un mal mayor, y especulativo, en un futuro. Futuro, como diría Carosone, «incherto» y en boca de algunos, trágico. Al fin y al cabo civilización significa, ante todo, la negativa a provocar un dolor tan intenso como innecesario. Nadie puede negar, usted tampoco señora ministra en (de)funciones, que España ha sufrido en los últimos años un acelerado y exagerado empobrecimiento y un mayor aumento de la desigualdad ante los ojos de todos y la jeta de algunos. Por ello se la puede acusar ante la historia de ser una de las principales artífices de tales resultados. España es el país de la OCDE en el que más ha crecido la desigualdad desde el inicio de la crisis, tan solo por detrás de Chipre y superando hasta en catorce veces a Grecia, según el informe «Una economía al servicio del 1%» que ha publicado Oxfam Intermon. Dígaselo a su jefe.

Y es que el lenguaje, en este caso el usado por la señora ministra, se puede separar anatómicamente de sus propios pensamientos y actitudes. A Dios rogando y con la reforma laboral dando. Separación dicotómica auspiciada por esa costumbre que tiene la gente normal de creer en las palabras de muchos políticos, sobre todo en campaña, y que luego distan mucho de sus verdaderas actitudes y pensamientos. Véase el programa nonato e incumplido, pero prometido por el PP en la campaña de 2011. Véase la actual deuda pública y otros déficits.

El lenguaje no solo suele trasmitir un significado literal sino también la actitud del hablante. En este caso neoliberal porque yo, y mi reforma, lo valemos. Si a eso le sumamos el lenguaje no corporal evidenciado por muchos, caso de esta ministra, la conclusión, por evidente y contumaz se hace innecesaria.

El asunto es que no existe el camino intermedio: o redistribuimos la riqueza o habrá un mayor empobrecimiento para la mayoría de la población y el país. Otros prefieren hablar de flexibilizar, minimizar los recortes. Pero es imposible mejorar las condiciones de vida de la población sin redistribuir la riqueza. Y si me apuran es inconcebible el futuro sin tomar conciencia de clase, de clase trabajadora. Otros prefieren hablar y explicar lo inexplicable y presentar como alternativa para acabar con la austeridad del PP un plan de rescate ciudadano, el incremento de los gastos sociales a base de aumentar el endeudamiento público y una reforma fiscal dirigida a cargar con más impuestos a profesionales y medianos empresarios. Pero esto no tiene nada que ver con redistribuir la riqueza. Nada más lejos de la teoría ni más distinta de la realidad.

Redistribuir la riqueza significa, esencialmente empoderar a las clases populares, a la gran mayoría de la población y poner los recursos de la economía española al servicio de los intereses del país y no a los pies de bancos, monopolios, nacionales y extranjeros y grandes fortunas que han sido, con casi total impunidad, las que han saqueado las arcas de esta piel de toro herida y sin rumbo. Redistribuir significa, definitivamente, transferir los recursos acaparados por aquellos hacia la satisfacción de las demandas fundamentales de la ciudadanía impulsando el desarrollo independiente de nuestra economía nacional.

El discurso de la todavía ministra es el discurso de la clase dominante y de cómo está oculta la enorme riqueza que existe en España. Riqueza ninguneada y menoscabada a las clases populares a pesar de que son, no les quede duda, quienes la generan.

O esto o empobrecernos todavía más. No es posible flexibilizar el saqueo: está en juego nuestro futuro, nuestros sueldos, nuestra sanidad, la educación, la democracia misma y nuestras libertades. Otra posibilidad es no encender la «tele» nunca más, por la mañana, por la tarde y por la noche. No merece la pena quedar «tocado».