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Ambientadores y anvientadores

Ayer compré el pan en una gasolinera. Una excentricidad, como la de llamar zika al mosquito cica. El pan era malo por ser de gasolinera como el zika es malo por no llamarse cica. Al salir a la calle con el pan debajo del brazo, comprendí por qué a la barra de pan se la denomina «pistola»: porque nos la ponemos donde los policías de la secreta y los gánsteres se ponen la sobaquera. Además, mata el hambre. Llevaba años dándole vueltas a este asunto y de repente, ya ven, me alcanzó la iluminación junto a un surtidor de diésel. Así es la vida. Por cierto, que en la caja de la gasolinera, cuando me disponía a pagar, descubrí unos botes pequeños, como de paté caro, que resultaron ser ambientadores. Los había con olor a vainilla y a bosque. Aunque detesto los ambientadores, algo me impulsó a llevarme el del bosque, que, según la leyenda de la tapa, duraba sesenta días. Me pareció barato: tres euros con ochenta a cambio de trabajar durante dos meses en medio de la naturaleza.

Al llegar a casa, me encerré en mi estudio y abrí el bote, del que salió un aroma excesivo, no sé si a bosque, quizá a bosque en estado de putrefacción. En el interior del recipiente había una especie de gasa empapada en algo muy oscuro, como si el diablo se la hubiera aplicado en una herida infectada antes de envasarla. Al leer con más atención las instrucciones, advertí que resultaba peligroso el contacto directo con la sustancia olorosa. Estoy viendo por la tele una serie sobre La semilla del diablo que me ha sensibilizado mucho sobre los vendedores de semillas, incluido Monsanto, que estos días sale mucho en los papeles. En todo caso, coloqué el ambientador en la estantería de los diccionarios y me puse a trabajar.

Al poco, me entró un picor de garganta insoportable, acompañado de una somnolencia que no hallaba forma de combatir. Tuve varios microsueños donde me veía en medio de un bosque encantado en el que unas brujas de cuento de brujas me sacaban el hígado y se lo repartían. En uno de los despertares, reuní las fuerzas suficientes para coger el ambientador con aroma de bosque, que debería haberse llamado «anvientador con aroma de vosque» y lo arrojé a la basura. Como digo, esto fue ayer, pero aún no he conseguido eliminar el olor.

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