Las nuevas elecciones convocadas para el próximo 26 de junio han sido consideradas en la mayor parte de los foros mediáticos como el resultado de un fracaso de los partidos políticos por no haber conformado un acuerdo de gobierno. Según esta apreciación, la nueva pluralidad política surgida de las elecciones del 20D traducía una suerte de «voluntad general» de los españoles en favor de una «cultura del pacto», en la que lo importante sería la conformación de un gobierno para asegurar el «bien superior» de la gobernabilidad del país frente al juego de los «intereses partidistas». El concepto de «mestizaje ideológico», acuñado por Pedro Sánchez, va en esta dirección.

No es difícil ver en esta apreciación la «apuesta ideológica» del conglomerado del IBEX35 en favor de la «confluencia» que mejor puede representar sus intereses de clase, es decir, la formada por el PSOE, C's y PP, para garantizar la continuidad del menú de la austeridad. En esta confluencia, sea cual sea la fórmula a adoptar tras el 26J, Ciudadanos tiene reservado el rol de buque insignia para reflotar las formaciones del viejo bipartidismo y neutralizar las fuerzas del cambio real, en particular, Podemos. En fin...

Lejos de una metafísica «voluntad general de España», el panorama político abierto tras las elecciones del 20D manifiesta una nueva correlación de fuerzas, inédita en la democracia española, que, sobre todo por la irrupción de la indignación del 15M en el Parlamento, ha puesto al descubierto la incapacidad del bipartidismo (PSOE-PP) para representar las demandas populares. Desde esta perspectiva, la «supuesta» ingobernabilidad durante los meses transcurridos desde el 20D no es más que el «impasse» normal en un cambio de ciclo político que puede suponer la feliz reactivación de la política y la democracia.

El eje de esta nueva correlación de fuerzas está en la resistencia popular al montaje urdido en los cenáculos neoliberales para, con el pretexto de dar solución a la crisis cocinada en su seno, «hacer caja» con la confiscación de los recursos que pertenecen por derecho a la ciudadanía. Esta cofradía neoliberal, representada como nadie en España por el Gobierno de Rajoy, al asociar sin pudor la crisis con la contracción de los negocios y la recuperación con la expansión de los mismos, actúa como supervisora de la veda abierta para que, si nadie lo remedia, las élites económico-financieras conviertan los servicios públicos (educación, sanidad, vivienda social, servicios sociales...) y las prestaciones sociales (pensiones, ayudas a la dependencia, subsidios de desempleo...), en mercancías; para que las élites empresariales puedan contratar de manera precaria, devaluar salarios y despedir sin costes; para que las grandes empresas, principales protagonistas del fraude fiscal y de la evasión de capital a paraísos fiscales, puedan gozar de un insultante favoritismo en el reparto de la carga tributaria en perjuicio de las rentas del trabajo.

Frente a este «complot» anti-democrático, protegido por las leyes que amordazan la protesta social, un «complot» que no duda en anunciar nuevas exigencias de ajustes leoninos que, «supuestamente», debería aplicar, sí o sí, cualquier gobierno surgido de las próximas elecciones, hay algo nuevo: una nueva ciudadanía que no se traga que para salir de una crisis provocada por unos cuantos que, al final, han sido «rescatados» por las arcas públicas, haya que aceptar condiciones laborales indignas, sobrevivir en el desempleo sin ningún tipo de prestación, abandonar la vivienda propia en beneficio de la usura financiera, exiliarse para conseguir un empleo, renunciar a las ayudas a la dependencia, resignarse a estudiar en barracones o desesperarse por el aumento de las listas de espera en hospitales públicos, etcétera.

Esta nueva ciudadanía, ha llevado su voz a las instituciones, sin abandonar las plazas, y, frente a la tortura del discurso neoliberal del «no hay más remedio que cumplir con lo que Europa exige», ha puesto sobre el tapete un discurso alternativo centrado en la liberación de la democracia (de la soberanía popular) del yugo neoliberal y el consiguiente rejuvenecimiento de la misma para, sin corruptelas ni privilegios, representar las demandas populares en favor los derechos humanos y el bien común.

Cierto que esta nueva ciudadanía ha encontrado su mejor cauce de expresión en Podemos, IU y todas las confluencias progresistas. Sin embargo, ésto no significa en absoluto la exclusión de un nuevo pacto social, fundamentado en los derechos humanos, que beneficie a «los más» con la solidaria colaboración de «los menos». De ahí que, ante el profundo significado histórico de las próximas elecciones del 26J, resulte grotesco que quienes están instalados en las poltronas del poder cortoplacista recurran al engaño y al miedo con «mamandurrias neuróticas», como atribuir a Venezuela el papel que otrora jugara la URSS en la Guerra Fría, que ya no cuelan. Un respeto, por favor.

En el nuevo ciclo político se anuncia un debate apasionante: «¿Democracia? ¿Qué democracia?». ¿De verdad, os lo queréis perder?