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Antonio Sempere

En pocas palabras

Antonio Sempere

Aislados

Quién me lo iba a decir. Cada vez que voy a la Universidad de Alicante cuento con un tren de cercanías para mí solito y con un chófer a pie de apeadero esperando para llevarme hasta el campus. Tampoco tengo que preocuparme de la hora de vuelta. Cuando me apetece sé que el chófer estará en su sitio. Impertérrito. Y que me dejará en un par de minutos de nuevo en el apeadero, con el tiempo calculado al milímetro para que un tren que huele a nuevo, climatizado y confortable, me deje en siete minutos justos en la estación de Alicante.

Naturalmente que esto es un servicio público. Que está a disposición de los 29.000 alumnos, profesores y personal de administración y servicios del campus universitario. Pero durante esta primavera rara vez he coincidido con más de un pasajero en el trayecto entre Alicante y el susodicho apeadero.

Ni qué decir tiene que el servicio, tarde o temprano, morirá de inanición. Qué sentido tiene mantenerlo para que se beneficien de él tan pocas personas. Pero la sociedad en la que vivimos es como es. Parece que la gente está empecinada en ir a la Universidad en su propio vehículo. Puerta a puerta. Sin tener en cuenta los pros del transporte público ni los contras del privado, más caro, más contaminante, menos solidario.

Y no será porque no soy crítico con el deplorable transporte público que nos asiste. El apeadero de la Universidad de Alicante está en medio de ninguna parte. De manera que si un viajero pretende ir andando desde ese punto hasta el campus se juega la vida entre carreteras sin arcén. Al principio era un autobús el que lo unía con el campus. Aunque fuésemos 3 o 4 pasajeros. Alguien se dio cuenta del dispendio (a saber cuánto costaría el alquiler de aquel vehículo mensualmente) y decidieron que fuese una furgoneta de ocho plazas con chófer de la casa quien llevase a cabo los traslados. Pero la gente evita por todos los medios usar este servicio. Las líneas de Alicante a Murcia son las mismas de hace 50 años, sin electrificar y con una sola vía. El túnel que discurre entre el centro de Elche y Carrús pasa muy cerca de los cimientos de numerosos bloques de viviendas, por lo que desdoblar las vías en ese tapón parece tarea imposible, incluso en el futuro.

Es curioso observar desde afuera cómo somos los seres humanos. Nadie habla con nadie. Si se juntan dos personas en el traslado del campus al apeadero del tren no cruzarán palabra. Llegados al andén, se colocarán lo más lejos posible, y una vez dentro del tren, extremarán su distancia de seguridad, situándose estratégicamente en las plazas donde ni siquiera sea posible el contacto visual. Los auriculares y las tablets harán el resto.

Nunca habíamos estado tan aislados como ahora. Nunca.

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