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Votar así o asá

Cada forma de decidirlo tiene su lógica. La más sencilla, y no por ello más comprensible, es la de los que se identifican con un partido como quien se identifica con un equipo de fútbol. Lo que haga el partido/equipo no va a alterar su adhesión inquebrantable y entusiasta al mismo y, por tanto, le votará, haga lo que haga, y le seguirá, «manque pierda».

En las circunstancias actuales (no solo en esta Península), la identificación eterna e inamovible (y, a veces, hasta hereditaria) se está resquebrajando. El voto se ha hecho más volátil y el saber a quién votó en las elecciones anteriores presenta ya sus dificultades para predecir sobre la orientación del voto de estas próximas. Cambios de adhesión se producen incluso en muy corto espacio de tiempo como he visto a propósito del «Brexit» en el Reino Unido según prime el sentimiento (nacional, por supuesto) o la racionalidad (ventajas e inconvenientes de la salida o permanencia en la Unión). Es constatable a través de encuestas de la misma empresa desde octubre hasta nuestros días. Digo lo de la misma empresa porque no siempre lo que dice una es comparable con lo que dice otra.

Algo parecido está sucediendo con las primarias estadounidenses donde la volatilidad del electorado viene unida a las maniobras de los respectivos «aparatos» de sus partidos para conseguir la cantidad apropiada de delegados en la convención de la que saldrán los dos candidatos (y que no acaben siendo tres). La vieja identificación con el partido está siendo matizada por otros criterios como la edad, la «raza» o la «clase».

Junto a la volatilidad en las identificaciones se está dando, también en las Españas (Cataluña incluida), el problema de los indecisos. Los hay que son «hamletianos» por constitución y dudan y dudan y dudan. Y los hay que no pueden hacer otra cosa al observar la oferta electoral que tienen delante y que juzgan tener que optar entre guatemalas y guatepeores, cosa no siempre fácil ya que la distancia entre mal y peor es, a veces, solo cuestión de matices o, sí, de viejos recuerdos de viejas identificaciones que hacen que uno vea peores a los «otros» solo como rescoldo del viejo amor.

Algunos, como ya expliqué a propósito de los resultados de 20-D, acaban votando en blanco. Votan, faltaría más. Y no porque teman no votar. En muchos países se castiga al no-votante (en los Estados Unidos se le dificulta, pero esa es otra historia). Los «blanquistas» quisieran votar por alguien y saben que la democracia es, entre otras cosas, el voto. Pero, al no saber por quién hacerlo, votan como demócratas, pero lo hacen en blanco como perplejos.

Aun así, no hay que descartar, en un sistema como el nuestro, el caso de los abstencionistas y estos por diversas razones. Los más ideológicos son los que rechazan este tipo de democracia y no quieren participar en lo que consideran un engaño. Pero sin llegar a tanto, puede haber abstencionistas como efecto de esta monstruosa campaña electoral que está durando ya año y medio por lo menos y que ha aburrido a las piedras en el mejor de los casos, si no ha producido irritaciones profundas ante tanta mentira (afirmar hoy A y mañana no-A significa que en uno de los dos momentos se estaba mintiendo, si no en los dos). Los identificados o que les queda algún resabio de haberlo estado lo tienen más fácil: mienten los «otros»; «nosotros» nunca mentimos... cosa que, en más de un caso, choca con la realidad y lleva a esta perplejidad a la que me estoy refiriendo con estos llamados a las urnas.

Siempre queda la posibilidad de ser votante racional y esto en dos sentidos. Racional con respecto a valores (pongo los medios que llevan a lo que para mí es importante sea la estabilidad, el crecimiento, el igualitarismo, la independencia, la sagrada unidad de España, etcétera) o por lo menos que así lo creo. Y racional con respecto a fines: emito el voto para conseguir algo. Ambas posibilidades son problemáticas. Siempre queda la posibilidad del voto «a la contra»: no voto por X sino para que no salga. O votar de manera aleatoria.

Que conste: votamos para que gane o pierda algún partido y no como modo de «decir» que preferimos tal coalición o tal acuerdo. Eso es fantasía o una mentirijilla más.

No sé cuántos hay de cada tipo. Pero me he pasado un buen rato pensando cuál de estos soy yo. ¿Y usted?

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