No sabemos si en el inconsciente colectivo perdura aquello de las Españas, y a falta de pan imperial bueno es estrujar, manipular, zarandear y agitar Venezuela. Más allá del empecinamiento caudillista de Maduro, debería causarle escozor a la clase política nacional ese afán por zaherir y meter en la rueda de molino electoral la desafortunada gestión política y económica de la República Bolivariana. También en esto somos tan excéntricos como Ramón Gómez de la Serna: nuestros colegas europeos miran con pavor los resultados del referéndum del brexit británico, coyuntura de estar o no en la UE, de poner en tela de juicio lo caminado y lo pendiente del proyecto europeo, y ante descomunal crisis los candidatos del 26J se van a tocar los cataplines a la gobernanza venezolana. Y es que visto lo visto, parece que no hay límites: el éter de la derechona pretende equiparar el caos de Venezuela con un país con ministerios de Podemos, cuyos líderes se amamantaron y amamantaron la visión de una gran alianza latinoamericana contra el imperio yanqui. Rajoy, Rivera y sus respectivos equipos hacen lo posible por construir la maqueta de la equivalencia lo más rápido que se pueda.

De la realización del engendro es separable, e incluso conmovedora, la preocupación del Gobierno en funciones para empezar a levantar un red diplomática asistencial para los españoles que residen en Venezuela. Me chillan al oído que tales menesteres forman parte del supositorio contra Podemos que preparan en los ambulatorios del PP. Pero me niego a creer que tal desasosiego tenga plaza en el argumentario demoniaco. Prefiero creer que son decisiones sinceras, tomadas desde la responsabilidad institucional para la protección de miles de nacionales que viven en un país donde la pistola en la sobaquera es tan común como el pañuelo para sonarse. Otra cosa es que la cohorte de analistas de la FAES y los brujos de los think tank del conservadurismo tengan en el tablero un estallido caraqueño y como consecuencia un cuartelazo al mejor estilo caribeño. Por supuesto que dicha desgracia iría a parar a la probeta para ensayar reactivos contra el frentepopulismo de Unidos Podemos. La misión es: el marketing político permite ajetreos descomunales y el voto por correo de la colonia tiene que ser un refuerzo al dirigismo frente al asambleísmo. Seguridad frente a caracazo. Gota a gota, sin descanso.

La formulación gobbeliana de una Venezuela que se resquebraja ha tenido un punto de inflexión curioso. Frente a la ausencia de liderazgo de Rivera, disgregador más que concitador, los socialistas han querido meter la cuchara en el pastel, y cuentan con Zapatero, un expresidente que purga con dolor intestinal el atisbo tardío de la crisis económica que nos degüella. Por no reconocerle no han querido ni colgarle de la solapa un mérito por su contribución al fin del terrorismo de ETA. Igual que los monjes de Eco, desde su silencio medido, y dado el descrédito del anterior enviado (B, que ordena papeles, los de Panamá), este jarrón chino del PSOE parece que va a conseguir sentar en una misma mesa a la oposición y al gobierno venezolano. Los socialistas, por tanto, tendrían en su haber electoral una consideración positiva: la búsqueda de la paz. La pacificación sincera, siempre da más puntos de ventaja que la marrullería, aunque los estrategas piensen lo contrario.

Pensarán ustedes que la natural alianza sentimental de España con Venezuela, permanente salvadora décadas atrás del hambre de los españoles, es razón más que suficiente para estar en guardia ante lo peor. De la misma manera cabe hablar, en cuanto al deseo de la acción protectora, de las familias que tienen a los suyos allí, la mayoría de ellos en circunstancias económicas difíciles de digerir. Son aditivos más que espumeantes para que nuestros candidatos (y Unidos Podemos debe estar en el asunto a las buenas y las maduras pese a su magisterio bolivariana) dejen a un lado la manipulación.

Pero insisto, sorprende la insuficiente seducción de los representantes del 26J por las derivaciones que pueda tener el brexit del 23J, tres días antes de las elecciones en nuestro país. En España, tiempo al tiempo, no ha cuajado un antieuropeismo, pero es de recibo que tanto un sí o un no revuelvan valores tan subjetivos como los de seguridad o incertidumbre.