En el IES Tirant lo Blanc, estamos llevando a cabo un proyecto europeo, Erasmus +, con siete países de la UE para la elaboración de materiales didácticos sobre el Holocausto y sobre la represión que se produjo tras la Guerra Civil Española. Pretendemos un acercamiento a la cuestión que vaya más allá del análisis formal de los hechos que configuran la historia, trascendiendo el impacto emocional que provocan las tragedias para enfrentarnos a lo más terrible, a aquellos mecanismos que los hicieron posibles.

En el primer caso, nos centramos en cuáles fueron los mecanismos por los que una sociedad civilizada fue capaz, si no de perpetrar -no podemos generalizar-, sí de consentir semejante barbarie. Las acciones de miles de personas buenas, acciones que, individualmente analizadas, no eran malas, pues formaban parte de un engranaje burocrático, tuvieron como consecuencia el exterminio sistemático de más de seis millones de personas: el Holocausto. Raul Hilberg, el gran historiador del exterminio de los judíos europeos, dice a propósito del comportamiento de la sociedad europea: «El ascenso de la neutralidad como patrón de reacción predominante no se debió, por consiguiente, a la ignorancia. Por el contrario, fue resultado de una estrategia que a la gran mayoría le resultaba más fácil seguir y justificar..., el no protestar abiertamente contra las detenciones o no hacer algo por las víctimas en peligro siempre se podía racionalizar».

El Holocausto es un hecho crucial y de especial interés para conocer la sociedad moderna, pues éste no habría sido posible sin las características de la modernidad en la que vivimos. Como escribió Z. Bauman en su ensayo «Modernidad y Holocausto», fue una realización extraordinaria llevada a cabo de una manera moderna, es decir, racional, planificada, científica, coordinada y eficientemente administrada con la ayuda de la tecnología y de una eficiente burocracia, jerárquica, alienadora y obediente que eximía a sus funcionarios del sentimiento de culpa. Como ejemplo, tenemos el caso de Eichman, el coronel alemán encargado de las deportaciones, que durante su juicio en Jerusalem en1961, a la pregunta de por qué lo había hecho, contestó que cumplía la ley, que él fue en todo momento un buen alemán porque intentó hacer lo que se le mandó de la mejor manera posible, que no tenía nada contra los judíos.

No me atrevería a decir que otro holocausto de esa dimensión es posible en Europa, porque las condiciones son otras, sin embargo, considero que hay algo de universal en ello, inherente a la modernidad.

Hoy en día resulta tan evidente que lo que ocurrió en el corazón de Europa durante la II Guerra Mundial fue una barbarie, que la sociedad prefirió no ver, como lo es la miopía de la misma Europa ante la tragedia de los refugiados sirios en la actualidad. No pretendemos comparar los dos acontecimientos, sino ponerlos en relación con la modernidad en la que vivimos, que comparte muchos de esos mecanismos por los que no nos sentimos aludidos.

Me pregunto si sentirían lo mismo aquellos europeos que veían pasar los trenes cargados de personas o aquellos que vivían junto a los campos de concentración y que afirmaron no saber qué pasaba al otro lado de esos muros, que lo que sentimos hoy en día cuando vemos esas fotos o leemos todas estas noticias sobre la tragedia de los refugiados por llegar a Europa y el trato que reciben una vez llegados. Es famosa la triste anécdota protagonizada en, al menos, dos campos de concentración tras su liberación por las tropas aliadas, Dachau y Ohrdruf, cuando civiles alemanes de los alrededores fueron obligados a entrar y contemplar lo que ya todos sabemos. Dos de ellos se suicidaron al llegar a casa.

Por mucho que la realidad se imponga avalada por el imperativo legal, por la inercia de la burocracia, por la indiferencia de la mayoría o por la manifiesta y planificada acción de los estados, comprendemos por la historia que, en ocasiones, la defensa de la justicia, de la humanidad es vista como una acción subversiva. Si algo hemos aprendido de todo esto es precisamente lo que dijo el escritor alemán Kurt Tucholsky, uno de los primeros que en los años 30 alertó del peligro del radicalismo que vivía Alemania: «Un pueblo no es sólo lo que hace, sino lo que tolera».

Pero tampoco nos hace falta irnos tan lejos. Basta con hacernos una pregunta, como hijos y nietos de aquellos que vivieron una guerra civil: ¿Qué habría sido de aquellos cientos de miles de españoles, en su mayoría mujeres, niños y ancianos que huyeron de la Guerra Civil Española, si Francia, Méjico, Argelia, Venezuela, Puerto Rico, Rusia hubieran negado su entrada? Yo os lo digo, habrían muerto bajo las bombas, habrían sido explotados por las mafias y habrían fallecido perdidos por los Pirineos, ahogados en el mar, etc... ¿Os suena de algo? Esto es lo que está ocurriendo en estos mismos momentos con los refugiados sirios que huyen de la guerra. La respuesta de la UE no es propia de una democracia. El cierre de fronteras y la actitud abiertamente xenófoba de algunos gobiernos europeos demuestran que sólo tienen de democráticos la manera en la que fueron elegidos. El desmantelamiento del campo de refugiados en Idomeni, Grecia, fuera de la vista indiscreta de ONG y periodistas, haciendo uso de gases lacrimógenos contra familias que sólo buscan un lugar seguro, es propia de regímenes de otras épocas y no deberían tener cabida en la UE. No debemos tolerarlo.

El jueves 9 de junio, a las 19.30 horas se celebrará un acto sobre la emergencia en Siria en el salón de actos de la Universidad Cardenal Herrera de Elche, en plaza Reyes Católicos, organizado por la ACNUR y quisiera desde aquí, en nombre de la Asociación Ágora, invitaros a todos a participar, apelando precisamente a la responsabilidad civil que tenemos como sociedad, a la memoria de nuestra propia historia, a la defensa activa de la democracia y de los propios principios del tratado de la UE firmado en Maastricht en 1992, cuyo artículo 3 dice así, por muy grande o interesada que sea la amnesia: «En sus relaciones con el resto del mundo, la Unión afirmará y promoverá sus valores e intereses y contribuirá a la protección de sus ciudadanos. Contribuirá a la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible del planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, el comercio libre y justo, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos...». Os esperamos.