Hace unos días Rábago, el humorista, quizás también filósofo, nos decía en una de sus acertadas viñetas, que publica y firma con el seudónimo de El Roto, en un diario de ámbito nacional que «comprendía que se fueran a repetir las elecciones -que tan mal sabor dejaron entre los sorprendidos y desorientados electores, digo- pero lo asombroso del caso era que repitieran también los candidatos». En un par de acertadas líneas insta a los lectores a reflexionar sobre el cambio, si se hubiera contado con un buen equipo de políticos que, en lugar de alumnos con escasos méritos, fueran profesores experimentados que supieran con absoluta claridad el terreno que pisan en todo momento, que supieran elaborar el pan cuya masa ponían en sus manos. Hubo un tiempo en el que los «profesionales» de las diversas actividades aparecían como las setas en el otoño, en abundancia. Todos eran especialistas que no necesitaban acreditarse, tanta era la demanda. Con la llegada de la democracia aparecieron tantos partidillos con derechos, esperanzas, proyectos irrealizables y escaso número de militantes -se decía por entonces de algunas agrupaciones que no alcanzaban a llenar un taxi- que fueron ocupando espacios nuevos, desconocidos y posiblemente innecesarios. Y ahí están algunos, todavía, con su carga de ineptitudes bien pagadas por una ciudadanía siempre generosa.

Así las cosas de la política doméstica no es aventurado pensar que alguien, algunos, -o todos- los que se benefician de la maresia estén interesados, deseen que se dé un tercer paso hacia el ignorado horizonte por donde asoma el sol cada día, un sol de inocencia que no calienta para todos por igual. Si ello se diera tras estudiar, debidamente, los despojos de las aves sacrificadas estaríamos frente a una nueva y cruel decepción a la que, al parecer, nos remite el primer ministro en funciones cuando señala, en carbón negro, el futuro, por ese «error descomunal» que algún desaprensivo ha cometido o va a cometer o lo prepara. Hay que preguntarse quién fue el padre de tan malvada criatura. Los españoles, en general, de vuelta ya de partidos de fútbol gloriosos, de copagos penosos, de dependientes desaparecidos, de recortes, de verdes ilusiones, creo que realmente solo desean que esa desconocida e indeseada tercera cita no se dé y si se da, que sea por imperativo legal y no por la voluntad popular, del pueblo por supuesto, no del partido.

Si pese a todo alguien cree en la admonición del líder popular, que nos advierte con paternal atención quien mejor información puede darnos al respecto es, precisamente, él, que esperó más de ocho años velando sus armas al raso, con el frío y el viento a sus espaldas. ¿De qué asidero, piensan, ahora, colgar las chaquetas los puntuales? Ya no quedan oportunidades, las hemos malbaratado todas y cada una de ellas. Se las ha llevado el viento de la mentira, el engaño, el egoísmo, solo, quizás, la realidad de un vendaval liberador, justo, imperiosamente necesario y, por supuesto, definitivo de una vez por todas, que acabe con la incertidumbre de los indecisos con certidumbres palpables, sin trampas. Caras nuevas, ejemplos nuevos y borrar las sonrisas despectivas de los sonrientes bien acomodados que pregonan la bondad del poder, si está en sus manos. Son muchos los borrones que se van a tener que eliminar para dejar limpio el encerado de los experimentos fallidos de quienes tenían la obligación de practicar la generosidad dejando expedito el camino a otras voces, a otros nombres, a otras personas. No habrá una tercera convocatoria, afirma y pregona el adalid de los obreros españoles tanto tiempo callados, tanto que siguen en el mutismo que provoca el horror a lo desconocido, aun siendo virtual. ¿Con la que está cayendo sobre nuestro endeble tejado, donde almacena tanta ilusión, tanta seguridad y tanta buena ventura ese muchacho? Qui lo sa.

Posiblemente, entre tanto cenagal, emerja la laguna deseada, de aguas calmas, y los que están no estén, por renuncia, por agotamiento, por gestos de auténtica libertad, y otros operarios trabajen la mies con el resultado de una copiosa cosecha. Sería de todo punto triste y descorazonador que de nuevo tuviera que manifestarse el lápiz del humorista Rábago para ponernos en el camino de la cruda realidad, ese camino que describía el poeta Machado, que se hace simplemente al andar, avanzando y de una manera especial, por cuantos tienen la obligación de trazar la ruta mostrándola, sin cojeras, sin cayados protectores, con la alegría del deber cumplido, con paso firme y el horizonte como meta. Sin duda hay esperanza, generosa como siempre, ha de haber futuro, pues sería decepcionante esperar a una nueva genialidad de El Roto que certificara un nuevo fracaso que se sumara a los ya sufridos, que son muchos, demasiados, abusivos sin duda.