Cualquiera que lea lo que escribo en INFORMACIÓN desde hace casi veinte años tendrá claro que no soy sospechoso de haber votado a don Mariano Rajoy. Ni lo he votado, ni lo votaré aunque ahora ande indeciso, pendiente de las greñas que se trae entre manos la izquierda.

Estos artículos son una fuente de problemas. Lo dijo el gran George Orwell: «Si la libertad significa algo, es el derecho a decir a los demás lo que no quieren oír». Si uno se sitúa en plan plañidera, suplicando el beneplácito y las alabanzas, con el incensario siempre dispuesto para humear al poder y cantar sus glorias, puede pasar a la posteridad como un pelota -poquísima posteridad- pero nunca tener el respeto del que reflexiona y, equivocado mucho o poco que todos lo estamos algo, escribe esa reflexión para que la lea, la comparta o la critique el que quiera.

He visto -después de criticar en un par de artículos a Podemos, de decir que no les veo nivel y que muy probablemente no los vuelva a votar- cómo, quienes antes me daban abrazos eléctricos y besos sonoros porque me sabían «de su cuerda», ahora me vuelven la cara, silban como haciéndose los distraídos y hacen como que no me han visto. Me alegro. Tal día hará un año porque, siguiendo en mi trayectoria inevitable, con Diógenes el cínico como modelo, estoy a punto de comprarme una estatua barata, de plástico o de escayola, y hablarle a ella para «acostumbrarme a la indiferencia humana».

He podido comprobar en mis carnes que encajan mejor las críticas y el que les des cera un día sí y otro también, las derechas -o sea los populares- y las izquierdas moderadas -o sea los socialistas-. Otras posiciones, digamos... más fervientes, llevan mal el que un individuo que no es nadie, ni rico, ni político de relumbrón, ni cargazo del copón de la baraja, les lleve la contraria y no comulgue con ruedas de molino o con cantos rodados del Turia o del Manzanares.

Volvamos a la afirmación inicial. No he votado nunca a Mariano Rajoy y, sin embargo, es mi presidente porque la democracia es lo que tiene. Manda quien más votos cosecha y eso puede hacer posible que un pringao de mis características se pase una vida entera votando y jamás obtenga la recompensa de ver mandar y dictar leyes y organizar el Estado y la vida pública, a aquellos a los que votó. Uno puede tener el mal fario de tirarse una vida entera en la oposición. Dada la afición de los políticos al rodillo -véase la incapacidad para pactar, cediendo posiciones, tras las últimas elecciones-, uno puede estar toda la vida con el estigma de marginal colgado, como un sambenito infamante en época inquisitorial.

Rajoy es mi presidente, aunque no me guste, y por eso me molesta sobremanera que un payaso -dicho con todos los respetos a quienes ejercen el oficio de hacer reír a la gente, cosa difícil con la que está cayendo- un payaso, repito, de la calaña de don Nicolás Maduro lo insulte cada día y lo utilice de la manera más burda como «el enemigo exterior» que todo dictadorzuelo necesita para aglutinar en torno a sí a quienes ya vienen predispuestos a hacerle la ola.

Maduro es un mequetrefe con toda la cuerda dada. Su único mérito es haber estado en la cárcel y coincidir en ella con Chávez, convertirse en su acólito y propiciar esa «monarquía sucesoria cutre» cuyo bagaje ideológico más preciado es decir en público, ante las masas ágrafas, que «por las noches se me aparece un pajarito que me transmite mensajes de Hugo Chávez para conducir a la nación». Todos los zoquetes que en el mundo han sido se inventan metáforas parecidas que, más que metáforas, son gilipolleces.

Decía Darwin que no sobrevive el más listo ni el mejor preparado -cosa que no se da en Maduro- sino el que mejor se adapta a las circunstancias.

¿Quién es de izquierdas? Desde luego no el que arruina a un país que nada en petróleo y cuya biodiversidad insultante y feraz es la envidia de los que vivimos en un secarral en el que no crece espontáneamente ni un esparto. De izquierdas es quien propicia la justicia social, quien trabaja por un reparto equitativo de la riqueza y no por extender la hambruna y la miseria. Es de izquierdas quien se ocupa de los más desfavorecidos, de quienes tienen una existencia más precaria y no de inflar las cuentas de beneficios de amiguetes y enchufados de toda laya. Y todo esto adaptándose a las condiciones imperantes que lo hacen posible, o sea, Bruselas, Banco Mundial, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional, etcétera. A ver si aprende Maduro -lo dudo- de sus colegas andinos de Ecuador y Bolivia, Rafael Correa y Evo Morales.

Contribuye poco Rajoy a mandar a ese zoquete al baúl del olvido cuando convoca comisiones nacionales de seguridad para tratar el tema de Venezuela, que son rebotadas allí con nuevos insultos y emplazamientos a la pelea como un vulgar matón de taberna. Ni que Maduro fuese la reencarnación extremista de los Hermanos Musulmanes, ni que Maduro fuese un redivivo Sayyid Qutb.