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José María Asencio

Idiosincrasia española y pactos

Somos los españoles, por no se sabe bien qué motivo, individualistas y muy poco dados a los acuerdos, a supeditar lo personal a lo común. La historia nos demuestra la incapacidad de hallar consensos y la fiereza con la que nos hemos enfrentado por un quítame de ahí esas pajas. Nos encanta destacar la diferencia, que exaltamos porque creemos que nos eleva a la categoría de únicos, defendiendo esa minúscula a veces disensión con violencia verbal, ahora y con sangre en el pasado, pasado que somos capaces de rememorar con tanto histrionismo, como herederos que nos sentimos perpetua, irracional e incondicionalmente de la facción a la que nos adherimos. Porque eso sí, junto a ese espíritu indomable contra el invasor, foráneo o paisano, solemos caer periódicamente en comportamientos de simios diligentes, como decía Chandler, agrupándonos en manadas que corean los mismos eslóganes y que aceptan como mantras las consignas que conforman un credo elevado a la categoría de dogma. El individualismo y la intolerancia, que muchas veces es simple fanatismo adornado de una aparente convicción profunda, se convierte, en el grupo en el que nos integramos, en una obediencia ciega, obsecuente e irracional hacia adentro y en una tendencia a la defensa numantina hacia afuera.

De ahí la confrontación que suele tener buena acogida entre nuestros compatriotas y la facilidad de excitar el ánimo, así como la penetración de dictaduras que históricamente nos han invadido con buena acogida de los propios y pánico bien fundamentado de los adversarios.

Los acuerdos y las transacciones solemos equipararlos a una concesión que identificamos con la derrota, cuando no con la renuncia a pequeñeces que elevamos a la categoría injustificada de absolutas verdades. En fin, un ancestral honor desproporcionado y un exceso de ego impiden avanzar atendiendo al interés común donde muchos otros lo hacen para el bien de la colectividad. Es tal el sentimiento arraigado de ganar, en ello nos va la dignidad, que poco nos cuesta perder un ojo sin con ello dejamos ciego al contrario. Da igual que las victorias sean pírricas y nos quedemos en la ruina tras ellas. Lo importante es vencer. La honra y la soberbia hispanas que permiten a los manipuladores movilizar los sentimientos en un país propenso a la sangre caliente y a sacar el cuchillo (dicho en términos figurados, aunque a algunos les empiece a causar placer la expresión libertaria consistente en machacar a la policía y destrozar mobiliario urbano y locales comerciales).

Digo esto ahora a la vista de las llamativas disensiones que muestran entre sí los diversos partidos que conforman las coaliciones, a veces tan heterogéneas, como solo vinculadas por el poder y sus prebendas, que coexisten en las diversas administraciones y territorios de este país nuestro. Cualquier cuestión baladí, a veces incluso de importancia muy relativa, da motivo para que quienes desean mantener una cierta individualidad que les sitúe en la cúspide de la pureza llegando al exceso, generen sensaciones que empiezan a ser inquietantes. Esa pureza propia, en la que solo creen ellos mismos, porque si arañas te encuentras más o menos lo común, es la que quieren preservar de todos, pues todo lo que se aparte de la virtud y verdad representada por sus siglas, es oscuridad y retroceso. La Inquisición rediviva, que nunca nos ha abandonado, pues echó fuertes raíces.

De ahí que asuntos poco determinantes del gobierno municipal de aquí generen frustraciones y pugnas que solo se explican desde el autoritarismo hispánico, más sensible en quienes exhiben mayor rigidez ideológica, los menos leídos normalmente, pues la misma se traduce en intransigencia e intolerancia.

Basta ver las declaraciones institucionales de esta semana en nuestro Ayuntamiento para comprobar, dada la tontería que rodea a algunas de ellas, la necesidad de algunos de ser reconocidos en su pureza, bien hacer y verdad. Tantas banalidades que son el mejor exponente de que, de seguir así, lo único posible va a ser el declarar generalidades y confesarse honestos y partidarios del bien común. Bien está mientras no discutan. Esta semana solo una diferencia subida de tono ha trascendido. Si hay que hacer declaraciones para no discutir, pues se hacen. Asuntos para exhibir la bondad hay muchos, más que sesiones plenarias del Ayuntamiento.

De todas formas, es de esperar que cuando acaben los discursos programáticos y las manifestaciones ideológicas, poco eficaces y reducidas al verbo inútil y lleguen los temas más sustanciales, aquellos cuya decisión implique desatender anteriores discursos precipitados propios de la oposición, la disensión alcanzará niveles trágicos. No se aventura moderación donde la necesidad de destacar de algunos es determinante de su personalidad. No hay que tener demasiada confianza.

No culpen a quienes les critican por su propia conducta. Pongan remedio en lugar de disparar a quien les dice lo que ustedes ya saben. Nada más grave que sus propias palabras, mucho más que los comentarios que se hacen en una prensa que les dispensa un trato amable a juzgar por su escasa estima mutua.

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