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Antonio Sempere

En franca minoría

Ya lo saben. No pertenezco al colectivo de 10 millones de espectadores que vibró con la final de la Copa del Rey. No formo parte del más de 50% de espectadores, uno de cada dos, que vieron el partido y los penaltis. Lo cual no me hace ni mejor ni peor, pero sí diferente. En franca minoría.

La televisión con la que gozo es otra muy distinta. Y me hace muy feliz. Una de las últimas jornadas en las que sentí ese pellizo de honda emoción delante de la pantalla sucedió cuando Roberto Enríquez, en su cara a cara con Cayetana Guillén Cuervo, se abrió en canal. Cuando habló de lo que le supuso la paternidad y se le iluminó el rostro. Cuando revivió sus sentimientos la primera vez que le dieron la oportunidad de subirse a un escenario, compartiéndolo con Berta Riaza. A él, humilde egresado de la Escuela de Arte Dramático de Valladolid de familia con ascendencia minera.

Por si fuera poco, en el mismo programa pudimos ver en otra entrevista a Juan Pérez Floristán, el pianista virtuoso por el que apostó el jurado del Concurso de Piano Ciudad de Santander el pasado agosto. El segundo español que lo gana en cuarenta años. Cómo sonó entonces su reinterpretación del concierto nº 2 de Rachmaninov. Y qué humilde se nos mostró ahora ante las cámaras, en su acento sevillano. No concibo la música sin emoción, explicó, pero ahora necesito mejorar la técnica.

Tocados andábamos aquel jueves por la noche cuando poco después, en el capítulo «Foucault» de la serie Merlí, Bruno protagonizaba delante de su padre una de las salidas del armario más sutiles y emocionantes de la ficción reciente. Grandísimos David Solans y Francesc Orella. Esa es la televisión de la que gozo desde que me conozco. De la otra paso. Yo me lo pierdo.

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