Tienen razón quienes afirman, en las encuestas, que el principal problema que España tiene por delante es el desempleo. Habrá otros problemas que, seguramente, intranquilizan y mucho, pero el desempleo es el mayor de todos.

El desempleo se asocia a las crisis cíclicas del capitalismo, un sistema de dimensiones globales, en permanente proceso de expansión, que purga sus crisis arrojando al desempleo a millones de personas en cualquier parte del mundo. Es precisamente la dimensión global del capitalismo, transformado hoy en un capitalismo financiero, lo que indica que estamos en una situación histórica diferente. Diferente en el sentido de que el desempleo ya no es un fenómeno secundario, superable, un problema que se puede resolver cuando remonte la crisis, sino un problema que irá en aumento si no se plantean alternativas en el ámbito de la política.

Hace apenas sesenta años, conviene recordarlo, la fuerza de trabajo empleada en la agricultura en Alemania era del 23%, en Francia del 31%, en Italia del 44% y en Japón del 49%. Muchos de estos trabajadores se incorporaron (así como la oleada de inmigrantes que les acompañaron), como fuerza de trabajo barata, a la segunda ola de expansión industrial y de los servicios que se conoce como «la época dorada» en Europa, en la cual se rozó el pleno empleo, un término que cobraba por entonces sentido, al amparo de políticas económicas de tipo keynesiano.

Hoy, esta posibilidad ya no existe. No es posible sustituir sueldos por créditos, no es posible volver a la noción de empleado de por vida, no es posible sustituir empleo privado por empleo público. Por una larga serie de motivos, entre ellos las transformaciones tecnológicas, el desempleo está vinculado como nunca antes lo estuvo a las crisis recurrentes del capitalismo, que alcanza hoy proporciones estructurales. Y así como el capitalismo tiene por delante el espinoso (y aparentemente insoluble) problema de cómo evitar la caída de la tasa de ganancia, para no quebrar, el mundo del trabajo también se tiene que reformular, porque la categoría «trabajo» ya no abarca solamente a los empleados, sino a la población en general, a empleados y desempleados, trabajo material e inmaterial, jóvenes y jubilados, a todos aquellos que han sido expulsados del sistema y se han descolgado del curso de la historia.

Si nos fijamos, el núcleo de las protestas y de las revueltas que se producen en el mundo tiene su base objetiva en la cuestión del desempleo, en la lucha contra la explotación de personas y recursos naturales. No les falta razón a los activistas que denuncian este estado de cosas, que afecta directamente tanto a los expropiados de siempre como a amplios sectores de la clase media. La cuestión está en las alternativas que se proponen, porque si bien los movimientos de protesta -que muchas veces se envuelven en los hábitos del populismo de derecha e izquierda- suelen ofrecer soluciones heroicas, incluso poéticas, recuerdan demasiado a las recetas gastadas del pasado que, de ponerse en práctica, harían aún más dura la crisis social, además de llevarse por delante supuestos básicos de la convivencia, como estamos viendo que sucede allí donde el populismo encuentra eco.

La socialdemocracia, que nació al calor de los movimientos reivindicativos de los trabajadores, tiene por su parte la responsabilidad de reinventarse para estar a la altura de las circunstancias y marcar el camino hacia el futuro. Tiene por delante la tarea de transformar el sistema productivo para hacer de él un sistema de productividad cualitativa, de la mano de la innovación y el desarrollo sostenible. Tiene que asumir los procesos globalizadores y de expansión de los mercados para introducir en ellos las exigencias del trabajo, valorizándolo, en el sentido amplio al que me refería. Y tiene, finalmente, que incorporar fórmulas para hacer posible que la obtención global de plusvalor, en la manera en que hoy se obtiene, tenga como contrapartida la redistribución de los recursos en forma de servicios públicos, de derechos sociales y de fórmulas sostenibles de renta de ciudadanía: políticas que traspasen la totalidad de la política económica y fiscal, en España y en la UE.

Entre los muchos problemas que España tiene planteados, el del empleo es esencial. En esta segunda edición de las elecciones en España, vamos a ver qué es lo que, en serio, se propone. En este tema no cabe ni la demagogia ni la pasividad. Ni soluciones mágicas que traen más sufrimiento ni dejar que el mercado opere sin más. Regulación, intervención, dignificación.