Mientras se levanta a las nueve, como todas las mañanas, Antonio escucha en la radio cifras y porcentajes que no acaba de entender bien intentando informar de algo que conoce perfectamente porque lleva años viviéndolo en primera persona: de la maldita pobreza. Y es que los datos nunca serán capaces de expresar todo el dolor, la inmensa rabia y el profundo sufrimiento de quienes llevan años malviviendo y sobreviviendo en medio de esta devastación humana que comenzó con eso que hemos llamado crisis financiera, pero que en realidad escondía una codicia, especulación y corrupción desmedidas. Y tras asearse con agua fría para no gastar butano, Antonio se prepara un desayuno también frío con la leche y las galletas que recogió hace unos días en la parroquia del barrio, junto a algunas legumbres, azúcar, aceite y unos paquetes de macarrones. Hace tiempo que decidió que el agua caliente fuera para su mujer, que tiene que madrugar más que él para limpiar oficinas y poder traer los 550 euros que todos los meses entran en casa y con los que hacen milagros, porque con su trabajo nunca se puede saber por adelantado el dinero que consigue para malvivir.

A pesar de esa maldita pobreza en la que vive desde hace años, Antonio se comprometió a no perder en el camino ni un gramo de dignidad y, aunque fue de los primeros albañiles despedidos en su obra allá por 2009 y todavía no ha conseguido encontrar un miserable empleo en toda la ciudad, decidió trabajar a diario haciendo un horario estricto que le lleva a estar a las diez de la mañana en la calle, con su furgoneta destartalada descendiendo por la avenida de Alcoy para bajar por la Rambla y tras bordear el Postiguet dirigirse hacia la Albufereta y el Cabo. Pronto comprendió que allí es donde puede obtener algo más de dinero, siempre que tenga suerte, claro, porque el gasoil de la furgoneta hay que pagarlo y hay días en los que apenas da para ello. Pero por vieja y abollada que esté su vieja Citroen, le permite meter en ella más cosas y ahorrar así en viajes, algo que ya les gustaría poder hacer a otros muchos amigos que se dedican a lo mismo, pero que apenas disponen de un carrito de la compra, una bici o un cochecito de bebé adaptado para llevar cachivaches dentro.

Muchos no entienden que en el trabajo de Antonio se aprendan habilidades, pero así es. Y con el tiempo, ha podido conocer perfectamente las mejores rutas, los horarios más adecuados y las calles más provechosas. Incluso ha llegado a saber cómo cambia todo en función de los días de la semana, porque para los que se dedican a rebuscar en la basura, a recoger todo aquello que pueda ser aprovechable y que se pueda vender, como hace Antonio, hacerlo bien es todo un oficio. Y lo hace dedicando su tiempo y esfuerzo, antes que inundarse de lágrimas y rabia, como cuando estuvo paralizado durante todo un año tras su despido.

Un día en el parque, Antonio conoció a otros vecinos del barrio que también se dedicaban a rebuscar en la basura, encontrando cobre, metales, ropa y objetos de todo tipo que revendían y con los que sacaban algunos euros. No era mucho, pero al menos les permitía no quedarse inmóviles ante la fatalidad. Además, salir cada mañana a rebuscar en la basura les ponía en situación de tener una ocupación con la que entretener su mente y poder ir al encuentro de la suerte. Le explicaron cómo buscar, qué lugares eran más rentables e incluso con qué objetos podía sacar dinero, de manera que cogió su furgoneta y empezó a recoger enseres, trastos viejos, muebles y electrodomésticos, algunos de los cuales ha aprovechado para su casa o ha vendido a precios simbólicos a conocidos. Porque como dice su buen amigo Miguel Ángel, todos los días se produce en la ciudad eso que él llama «el milagro de la basura». Y es que la gente tira cosas increíbles y en perfecto estado, como si fueran nuevos ricos, incluso en muchos lugares hay quien deja las cosas perfectamente ordenadas, sabiendo que alguien las recogerá para darles una nueva utilidad.

Y hay tardes en que llega a su casa con la furgoneta completamente repleta, descargando y clasificando lo que ha recogido para separar lo que va a vender a la chatarrería de lo que llevará a esa tienda de objetos de segunda mano, apartando esos enseres que va a reparar para llevar luego al rastrillo o tratar de vender a la tienda del barrio.

En nuestras ciudades hay muchos Antonios, rebuscadores a los que jamás conocerán esos políticos especialistas en propaganda hueca. Personas que malviven de la basura con tanta dignidad como esfuerzo y a los que tratamos de no mirar de frente, porque siempre resulta doloroso poner rostro a las frías cifras y a toda esa estadística sin alma con la que se pretende liquidar tanta maldita pobreza.

@carlosgomezgil