La primera Cumbre Humanitaria Mundial, celebrada recientemente, nos ha traído una gran dimensión simbólica. Organizada por la ONU, y con su secretario general, Ban Ki-moon, subrayando su objetivo central: reafirmar el compromiso con los ideales humanitarios y emprender acciones para acabar con «la erosión de la humanidad» en nuestros días. Aquí, no solo se han reunido por primera vez cuatro grandes familias humanitarias: las ONG internacionales, el movimiento de la Cruz Roja, las agencias de Naciones Unidas y los Estados. Sino que además se ha realizado en Estambul, en Turquía, un país limítrofe con el desarrollo de la crisis de refugiados, y recibiendo millones de ellos. Necesitando de una respuesta económica y humanitaria efectiva que seguramente no recibirá hasta que políticamente no priorice la transparencia. Y un país en guerra civil en su territorio sur, que ha firmado un acuerdo con la Unión Europea sobre los refugiados sirios.

Pero este acuerdo lo es también con la idea de paz y prosperidad que constituye la Unión Europea. Y lo es también con una Europa donde el sentimiento anti-inmigrante está creciendo en muchos de sus países. Aunque en la Europa de la prosperidad, no solo la emigración puede ser un asunto tóxico; también lo puede ser la deuda Griega, el no cumplimiento del sacro-santo pacto de estabilidad y crecimiento (un déficit público inferior al 3% del producto interior bruto y una deuda por debajo del 60% del PIB) por parte de algunos países, y Brexit.

En el marco de toda esta virulencia, este divorcio exprés que representa Brexit, podría tener efecto dominó, y que otros países manejasen la idea de «exit» eurofóbicamente o pretendiesen favores especiales de Bruselas. Este divorcio supondría la paradójica salida del tercer país más grande de la UE; pero que De Gaulle vetó por dos veces su entrada en la Comunidad Económica Europea en los años 60, por considerarlo como el caballo de Troya de Washington. Y que tuvo que esperar a Georges Pompidou para entrar en 1973. Además, dejaría a Alemania sin contrapeso equilibrante en el otro lado de la balanza europea, y reduciría a 27 el poder económico global de Europa en su rivalidad con Estados Unidos y China. Establecería un futuro incierto y puede que frustrante para casi medio millón de ciudadanos de otros países de la Unión Europea, comprendidos entre 18 y 35 años, establecidos laboralmente en Gran Bretaña y mayormente en Londres. Ciudadanos a los que no se les permite votar, pero de los que, en cierto modo, Gran Bretaña depende. La mayor parte de estos ciudadanos trabajan en Londres, tributando a ese colorido cosmopolita de la ciudad. Y este divorcio, podría precipitar la salida de Escocia del Reino Unido para así quedarse en la Unión Europea. Pero ello fortalecería las intenciones de los separatistas catalanes en España.

Los jóvenes británicos de 18 a 30 son favorables a quedarse en Europa, y por ello el voto joven, el 23 de junio, es crucial para la permanencia. También lo es para, así, no desestabilizar el turismo en España procedente de UK, a causa de la depreciación de la libra. Y para la estabilidad de las más de 250 empresas españolas funcionando en el Reino Unido.

David Cameron, en su defensa de la permanencia en Europa, ha recibido un gran alivio de las palabras de Pierre Moscovici al considerar que no es el momento oportuno, económica y políticamente, para ser duros. Y aplicar acciones inmediatas a países como España y Portugal por no haber hecho los deberes. No es el momento para situarse en la línea dura de países como Alemania, en una Europa de crisis económicas, de impuestos, de austeridad, de desempleo, de migración. Es una buena opción que Italia haya obtenido de Bruselas una mayor flexibilidad en la disciplina fiscal, ante sus demandas de obtener más margen para reanimar su anémico crecimiento y hacer frente al coste de acogida de refugiados.

Ante todo este escenario, España no ha respetado la ruta del pacto de estabilidad y de crecimiento que Mario Draghi califica de anclaje esencial del euro. Y desde hace meses no tiene un gobierno estable. Por lo que por ésta y por la delicada coyuntura europea, la comisión Junker no solo ha tenido que ser flexible en sancionar, sino que lo tendrá que ser también en julio. Mes en el que los 350 políticos elegidos el 26 de junio tomarán sus asientos parlamentarios. Con una única opción, al menos en el deseo de los que votamos: superar las rivalidades entre los partidos y las propias internas, para evitar meterse en otro callejón sin salida que nos retroceda a unas terceras elecciones. Y en consecuencia evitar que sigamos sin abordar la necesidad urgente de un acuerdo sobre Cataluña, el coste tan caro de la electricidad producido por gobiernos precedentes, o sin impedir el juego de nuevas leyes curriculares educativas con cada gobierno.