La final de mañana en Milán se presenta como una de las más igualadas en la historia de la Liga de Campeones. Tanto el Real como el Atlético de Madrid llegan en un buen momento y descansados tras dos semanas sin competir, por lo que resulta muy difícil hablar de un favorito, aunque yo me decanto levemente a favor del conjunto de Zinedine Zidane.

Desde muy pequeños, en el Real Madrid nos enseñan que en este club sólo vale la victoria y, como decía José Antonio Camacho, las finales no se juegan; se ganan. Por eso se le dan tan bien los partidos decisivos a este equipo. Y especialmente en su «competición fetiche» como es la Liga de Campeones. Nada estimula más al madridismo que la gran leyenda de la vieja Copa de Europa. Y eso también lo saben los jugadores.

Puede que el amargo recuerdo de la final perdida en Lisboa hace dos años y casi en el último segundo pese en la memoria de los futbolistas del Atlético, aunque también han demostrado una gran fortaleza mental de la mano de Simeone. Sí es cierto que los rojiblancos tendrán en Milán más presión que en 2014 porque ahora casi se han impuesto la obligación de ganar para no pasar por el trance de perder por segunda vez consecutiva contra el mismo equipo el trofeo más importante del mundo en la competición entre clubes. De modo que el aspecto psicológico será determinante antes y durante el choque de San Siro.

En cuanto al desarrollo del partido, preveo un duelo de mucha seguridad defensiva y pocos goles, que, como casi siempre, se decidirá en los pequeños detalles. En este punto, el Madrid debe estar muy atento y ser muy eficaz porque estoy convencido de que el Atlético concederá muy pocas opciones, dado que es uno de los equipos mejor organizados del planeta.