Podríamos parafrasear, a medias, el viejo título de una película Mentiras y cintas de video. Estamos en el mismo lugar que estábamos el pasado mes de diciembre. Se iban a celebrar unas elecciones, inundaba el ambiente la lógica incertidumbre sobre los resultados pero flotaba un cierto sentimiento de seguridad sobre que habría un cambio. No se han puesto de acuerdo. Estamos aguantando al Gobierno más longevo de la democracia y va camino de los cinco años.

Mientras andamos rondando el «uno de cada cuatro está casi en los límites de la pobreza», los políticos se lo piensan, hacen cálculos, reflexionan, intrigan y programan castillos en el aire desde sus mullidos sillones. Mientras la plebe lo pasa mal y da la impresión de que todos siguen ensimismados -en el sentido etimológico del término- pendientes de su ombligo y sus estrategias para obtener o permanecer en el poder, única motivación que los empuja a la acción. Como dice mi amigo Arcaya refiriendo un informe de Cáritas: «Son demasiados los pobres que tenemos que seguir mirando a los ojos». Demasiados para permanecer indiferentes o para seguir instalados pensando en el beneficio de los bancos, en el Ibex 35, en las sociedades Sicav, en los papeles de Panamá y en que los ricos sigan montados en sus chiringuitos inalcanzables, con sus yates, sus navegaciones de cabotaje con chicas de infarto en la cubierta prestas a la satisfacción del pastoso de turno. De acuerdo.

Ya sé que me dirán: cállate, imbécil. ¿No te das cuenta de que es el capital y su beneficio el que crea los puestos de trabajo? Si el capital no gana lo único que podemos socializar es el hambre. Perfecto, pero es que pregonan a los cuatro vientos que la crisis ya ha pasado y que España está creciendo y, quienes somos privilegiados por tener un trabajo y un sueldo, seguimos viendo indigentes fuera del mercado, que pasan auténtica hambruna y que han perdido toda esperanza de encontrar acomodo en esta sociedad de consumo.

¿Qué nos ofrecen en la campaña? Veo que más de lo mismo. Nadie da su brazo a torcer. Los populares agitan el discurso del miedo: si dejáis entrar en el poder a los izquierdistas radicales, España será un caos y, la economía, una ruina. Volveremos a la época de las cavernas. Ese podría ser el resumen.

Los socialistas siguen sin aclararse. Solo hay que ver cómo cuando Pedro Sánchez acude a hacer campaña a Valencia, Ximo Puig huye a Alicante y le da plantón. Magnífica imagen de unidad y coordinación que hace surgir una pregunta inevitable: ¿Cómo van a gobernar un país si no se aclaran ni entre ellos?

Ciudadanos anda navegando entre varias aguas y todo el mundo sabe que será bisagra de quien se lo proponga exigiendo -parece ser- la cabeza de Rajoy y un cambio de líder. No menosprecien a Rajoy que es, con perdón de la expresión un animal político sobradamente acreditado. Ha sobrevivido a Aznar, el cual parece odiarlo algo menos que cordialmente. Ha sobrevivido a Felipe, a Zapatero, a Rato y sobrevivirá a quien se le ponga por delante porque tiene la ¿virtud? de quedarse quieto hasta que amainan las tempestades y confundirse con el terreno -técnica triunfante como nos enseñaban en la extinta mili- para asomar y seguir mandando relajado mientras son enterrados quienes se han quemado en la gresca tumultuaria.

Podemos no tiene nivel y lo digo con el sentimiento de quien, honestamente, pensó que podrían cambiar este país. Una cosa es predicar la revolución y otra bien distinta gestionar un Estado o una Comunidad o una ciudad modernos. ¿Qué han hecho en los ayuntamientos que han ganado? ¿Qué en el tripartito valenciano o alicantino? Desde luego si algo ha cambiado tienen un grave problema de comunicación porque quienes andamos trabajando y andando por la calle a diario no nos hemos enterado.

Viene la etapa de las extraordinarias promesas. Vienen las grandes afirmaciones, las frases grandilocuentes sobre desarrollo, bienestar y prosperidad generales. Si vas a un mitin -líbreme el señor de tal acontecimiento- puedes salir convencido de que hay una conjunción planetaria que pone a todo el universo a tu favor, compinchado contigo exclusivamente para tu felicidad. Luego te encuentras una carta en la que nadie habla de prosperidad, ni de bajada de impuestos, ni de subida de sueldos ni de economía boyante, sino que habla de nuevos recortes cuando esté asentado por otros cuatro años en el poder. Y se te queda cara de gilipollas cuando la lees y piensas que tenía razón el viejo profesor, aquel alcalde impecable de chaqueta cruzada y bandos barrocos y exquisitamente escritos, cuando afirmaba: Las promesas electorales se hacen para no cumplirlas.

Entonces, ¿para qué las campañas, para ejercer con barra libre y con cargo a la maltrecha economía del país como mentirosos profesionales y universalmente aceptados? Estoy pensando seriamente -diogenizado como ando- en la abstención.