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Camilo José Cela Conde

Dilema

Ajtar Mansur, sucesor del mulá Mohammad Omar como jefe supremo de los talibanes afganos, ha muerto a consecuencia de que el automóvil en el que viajaba cerca de la ciudad pakistaní de Ahmad Wal voló por los aires. Eso parece, al menos, aunque la violencia de la explosión fue tal que los restos de los viajeros quedaron irreconocibles. Las autoridades pakistaníes han confirmado y negado casi a la vez que en el vehículo viajase Mansur pero se han apresurado a denunciar la violación de su espacio aéreo porque, siguiendo con las conjeturas más probables, fue un disparo desde un dron del ejército estadounidense el que borró del mapa al coche y sus ocupantes. Cabe suponer, pues, que dentro de las muchas dudas que rodean cualquier operación de guerra -y más aún si la guerra es contra el yihadismo en cualquiera de sus variantes- el presidente Obama autorizó el atentado contra el líder talibán en suelo de un tercer país.

La catarata de consideraciones diplomáticas y legales que se derivan de esa cadena de sucesos reales o imaginarios es inmensa. Entran en ella aspectos bélicos que tienen que ver con las guerras contemporáneas, nunca declaradas de forma oficial y que jamás darán, pues, para una firma protocolaria del armisticio con los representantes de cada país vestidos de gala, como sucedió con el enfrentamiento entre Japón y los Estados Unidos a finales de la Segunda Guerra Mundial. Pero al leer la noticia me vino a la cabeza un asunto de otra índole. Un dilema moral.

Los filósofos oxonienses de la primera mitad del siglo XX discutieron no poco acerca de lo que cabría hacer, en términos morales, si la inteligencia británica se enteraba de que Hitler iba a hacer un viaje en avión. ¿Sería lícito derribar el aparato? A primera vista cabría pensar que un mundo sin el fundador del movimiento nazi sería preferible. Pero desde el punto de vista filosófico las cosas nunca están tan claras. Dejando al margen los principios acerca de si es lícito condenar a alguien sin juicio previo, y centrándose en los aspectos de conveniencia utilitarista, ¿cabe pensar en que conviene matar a Hitler? La respuesta es fácil de anticipar: depende de si su desaparición supone una ventaja o un inconveniente. Si su sucesor lleva a que las cosas empeoren, conviene cargar con el mal menor. Pero son tantas las circunstancias que rodean cualquier cambio de ese estilo que sería preciso conocer todos y cada uno de sus parámetros para poder determinar si se gana o se pierde. Resolver un dilema así sólo está al alcance de una entidad omnisciente.

La noticia de la muerte de Ajtar Mansur venía acompañada de un apunte: es probable que le suceda al frente del movimiento talibán Sirajuddin Haqqani. El heredero se describe como cabeza visible de la red más sanguinaria del grupo yihadista y se le atribuyen atentados como el del mes de abril en Kabul con más de 60 víctimas. Pues en esas estamos.

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