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José María Asencio

Tripartito sin futuro

El tripartito de esta ciudad de Alicante puede ser calificado, sin error alguno dada la expresividad de los conflictos y desencuentros ya casi cotidianos, como un fracaso al que debe ponerse remedio inmediato. No hay proyectos de futuro o se desconocen, no hay sintonía alguna entre los partidos gobernantes, no se trasmite a la ciudad la calma necesaria que le permita avanzar en cualquier dirección. La crisis es permanente y tiene su base, más allá de la incompatibilidad de caracteres y la falta de sintonía personal entre los portavoces de la corporación, en una radical diferencia de planteamientos que parece alcanzar a cualquier manifestación de la vida y a la casi totalidad de las decisiones políticas. No se ha empezado aún a diseñar el modelo urbanístico de ciudad que se pretende y aparece el disenso en el acto que debía servir de comienzo de un proceso largo y complejo. Qué sucederá cuando se entre en aspectos muy sensibles en los que entre Guanyar y el PSOE el acuerdo será imposible. La ruptura del pacto es una realidad y solo es tiempo lo que separa el hoy y las alianzas que se conformarán irremisiblemente en una ciudad que puede servir de ejemplo de lo que puede suceder en España si mañana surge un pacto entre formaciones tan absolutamente dispares. No hay una sola izquierda y las nuestras difieren tanto entre sí que poco cabe esperar de los acuerdos entre quienes tienen en común más reproches que objetivos comunes. Algunos dirán que se trata solo de incompatibilidades personales no extrapolables. Otros, consideramos, sin embargo, que la base reside en las enormes diferencias programáticas e ideológicas entre partidos que representan opciones no coincidentes, que son adversarios que se disputan el mismo espacio y que pugnan por los mismos votantes. Se repelen porque sus intereses son antagónicos.

Cualquier cosa es motivo de disputa, sea la apertura de los centros comerciales, los veladores, la pecera, IKEA y su uso político e irresponsable, etcétera. Lo difícil es hallar algo en común más allá de los pactos suscritos en caliente e interesadamente, sin mucha atención entonces a la legalidad y la realidad. Una realidad y una legalidad no siempre compatibles con los proyectos de ciertas formaciones y que no puede ser impuesta sin graves consecuencias.

El pacto ha muerto y el desgobierno es un hecho incontestable, a juzgar por los enfrentamientos que la prensa revela, que poco o nada contribuyen a la esperanza y mucho a la inquietud, que se va mostrando en la falta de inversión, en el abandono de zonas hasta hace poco con creciente comercio. Nadie con sentido común se atreve a invertir sin saber qué va a pasar, pues es ya ordinario que se pongan trabas de todo tipo cuyo origen reside en la falta de sentido común de algunos ediles cuyo destino es y debe ser solo la oposición y la crítica. No saben construir, no aceptan la posibilidad ni siquiera teórica de que alguien distinto a ellos pueda hacer algo conveniente. Fuera de ellos, es el caos, incluso en las cosas más nimias.

Los partidos que conforman el tripartito deben ser conscientes de que esta forma de gobernar es insoportable, que carecen de empatía personal entre ellos, la mínima que, al menos, garantiza el respeto, al cual se faltan día sí y día, también. Y, lo más grave, que no tienen en común ninguna idea o proyecto que les sirva para gestionar una ciudad que se mantiene solo por la responsabilidad de su ciudadanía y su sociedad civil, que existía, como acredita que sigue adelante a pesar de los obstáculos que le ponen quienes deberían impulsarla. Hora es, pues, de diseñar, de construir. No basta con rechazar lo existente si no se ofrece una alternativa. Gobernar es mirar hacia adelante, no hurgar constantemente en el pasado.

La democracia es diferencia y respeto, acuerdos. Cierto. Pero, es evidente que el gobierno de una ciudad no puede estar en manos de quienes parecen encontrar cierto placer en el rechazo a quien comparte teóricamente un proyecto común.

No voy a entrar en el reparto de responsabilidades, aunque tenga claro quién es más y quién menos. Todos lo son en esa unidad aparente que han creado, pues todos han acreditado su falta de capacidad para gestionar la ciudad en común. Lo que comenzó con pequeños escarceos, es hoy un enfrentamiento abierto que solo puede y debe conducir a la ruptura del pacto de gobierno. La ciudad no puede soportar esta situación de manera prolongada. La ciudad necesita un proyecto, más o menos adecuado, pues no existe la perfección absoluta aunque algunos crean que la representan. Errores y aciertos forman parte de la realidad y de las decisiones humanas, pero errores y aciertos que respondan a la buena fe. Y esa buena fe no se aprecia en comportamientos erráticos, en actitudes extremas, en críticas infundadas y en imposiciones inadmisibles.

Se impone un cambio de rumbo inmediato y no parece que el pacto pueda recomponerse. No dan motivos para la esperanza.

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