En un sinvivir de semana, cuando la gente está hiper puteada viendo cómo paga el recibo del agua, el de la luz, cómo compra plátanos baratos, y cuatro barras de pana por un euro, los nacionalistas vuelven a la carga con las banderitas. Está claro que esta sociedad necesita un retoque, antes de que nos adoctrinen a todos con las mismas milongas nacionalistas, donde las banderas y la lengua, se convierten en platos fuertes, aunque la gente no tenga plato para comer.

A mí me la suda con qué bandera va la gente a un campo de fútbol. Siempre y cuando no vayan con banderas que reflejan asco y odio. Es decir, estoy a favor de que se prohíban banderas como la nazi, la bandera española de Franco y la bandera del KuKusKlan, por poner ejemplos varios. Pero que uno quiera sacar una bandera independentista, o la bandera pirata, es como lo del mono Amedio en Podemos Almería. Sí sería interesante, que el mismo respeto que nosotros tenemos por esas banderas, lo hicieran con las nuestras. Porque la guerra de las banderas, a quien más le interesa, es a quien quiere cambiarlas. Pitar el himno nacional, o la llegada del Rey al estadio, son esas mismas «tolerancias» que ellos nos piden a nosotros con sus banderas. Educación y respeto, primero.

Aún recuerdo cuando el gran Albert Boadella enfundó a la Moreneta de Monserrat con la señera y la puso a hacer el amor con un guardia civil. Genial y duro, pero a los bienpensantes y «tolerantes» catalanes les pareció indignante. Pero no les parece igual si la bandera es española. Cosas del nacionalismo irredento. Solo vale la libertad de expresión cuando se circunscribe a nuestro parecer. Lo llamaron totalitarismo en tiempos recientes.

Como dice un parroquiano de mi bar, «las banderas no hacen daño, hacen daño los palos de las banderas». Y hace daño una guerra ficticia por enviar mensajes a la ciudadanía sobre temas irrelevantes en una crisis brutal. Incluso se filtró que si no dejaban entrar las esteladas al campo, llevarían miles de banderas escocesas. ¡Joder!, y porque no donan ese dinero a Cruz Roja, o a Cáritas, para que la gente pueda seguir adelante. Las luchas ideológicas por poner «mi verdad» por encima del resto de la Humanidad, sin pensar cómo está el patio son producto de una sociedad pobre ideológicamente.

Nos empeñamos en envolvernos en la bandera como arma arrojadiza contra los otros. No nos paramos a pensar si el otro, aunque no piense como yo, tiene su dignidad humana y política. La imposición de «mi bandera» como anatema de lo verdaderamente sustancial es el vacío del pensamiento. Supongo que el cuadro de Goya de dos españoles dándose a garrotazos tiene que ver con la misma dinámica de banderas contra todos. No parece razonable vestirse con la bandera personal si el colectivo es más plural que sus propias banderas. Los argumentos textiles siempre tienen que ver con la incapacidad de argumentar tu propio planteamiento político. Todos los totalitarismos, y las sectas, se han enfundado en una manifestación de banderas que los hace cerrados y verticales.

Por mí que lleven todas las esteladas del mundo. Yo nunca pitaré eso. Pero exijo el respeto a las demás banderas, que seguro estos no tienen. Y no cumplirán con el respeto porque una de las premisas de este nacionalismo sectario es pensar que los demás estamos equivocados y que, en nuestra propia ignorancia, está que nosotros les respetemos a ellos, aunque ellos incumplan las leyes. Parece raro que los que tengamos que agachar la cabeza ante su griterío hayamos de ser los intolerantes, y los que nos exigen respeto sean los que no cumplen la ley. Parece un sinsentido.

Da igual mi artículo. Este proceso tiene que ver con la educación que cada uno hemos recibido. Yo jamás pitaría el himno de nadie, ni tampoco quemaría una bandera, o la quitaría de ningún sitio, excepto las anteriormente citadas. Pero esa dinámica callejera es la que ahora cuesta cambiar. El mundo no se construyó alrededor de una bandera u otra. Se edificó cuando mi bandera y la tuya no fueron ejercicios de testosterona. Si hemos de repartir banderitas para construir identidades, mejor que repartan la banderita de la Cruz Roja. Esa sí que vale la pena.